Capitulo 10
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Lucas se hallaba en la cima de su perentorio momento. Todo lo que hacía era bien visto y alabado. El jefe se estaba sintiendo contento porque todo iba bastante bien. Lucas se sentía contento y se iba realizando.
Empezaba, por entonces, a ponerse en práctica, de manera camuflada la competencia. De nada servía el que se hubiese estudiado para conocer que se trataba de un comportamiento animal, al que habría que conocer, dominar y doblegar. Todos los que pertenecían a ese gremio eran preparados, y muchos de ellos ostentaban títulos académicos. Eso hacía pensar y presagiar, a priori, que eran conocedores de que el ser civilizados comportaría el superar al animal que todos llevamos dentro.
Silverio tenía algunos comportamientos que llamaban la atención. La carcajada bullera, por una parte. Por otra, era notorio su desenfreno por comer. Cuando se hacían las reuniones mensuales, siempre había un pequeño refrigerio al terminar las reuniones. Se improvisaban a la salida del salón de reuniones algunas mesas para ofrecer a todos los asistentes algunos sándwiches y variadas bebidas, de entre ellas algunos licores. Al salir el que quería tomaba de todo un poco, y comía en medio de camaraderías y de tertulias improvisadas. Llamaba la atención de los más atentos, la compostura de Silverio, quien era de entre los primeros que salía directo a las mesas que exponían la pequeña merienda. Silverio tomaba directamente de cada plato pequeñas porciones y se las llevaba a la boca. A cada bocado lo acompañaba una carcajada bullera. Hablaba con la boca repleta de lo que iba metiendo para comer, y parecía que devoraba como si se fuera acabar, y no había tiempo que perder y no había que dejar que otro tomara la delantera. Ese detalle llamaba la atención. Damián se percataba de ello y eso lo intrigaba un poco. Siempre se repetía lo mismo en cada reunión.
Las cosas fueron transcurriendo. Igual se seguía sintiendo el vacío de mando y de conducción. En algo ayudaba la iniciativa de Lucas, pero aún así, se sentía que estaba faltando brújula.
-- ¡Hay rumores de que el jefe y Lucas están peleados! – le había comentado Matias a Humb y a algunos más.
-- ¡No lo creo! – había contestado Humb.
Todo parecía ir bien, hasta cuando comenzó a rumorarse que Lucas iba a ser destituido de sus funciones. Se había generado una pugna y había habido un altercado entre Lucas y el jefe en un punto concreto de sus desenvolvimientos. Eso traía como consecuencia que Lucas sería removido sorpresivamente de la gerencia de la sucursal más importante, y que iría a su vez, a ocupar la administración de otra sucursal lejos de la capital. Aquella noticia había cundido todas las esferas de la sociedad, y algunos se rasgaban las vestiduras en señal de sorpresa. Muchos no comprendían el reverso en ese giro de los acontecimientos. Se había generado una pugna de poderes, entre Lucas y Toribio, el jefe mayor de ese emporio de la zona. Aquí es donde había comenzado a ejercer el trabajo solapado de Silverio y de Eugenio, quienes se habían unido en la campaña de desprestigio hacia Lucas. Mateo para esos momentos había sido recientemente nombrado para el cargo de secretario inmediato del jefe Toribio. Y las cosas se les presentaban a Silverio y a Eugenio de manera fácil, como en bandeja de plata y servido, para conseguir lo que ya se habían propuesto de manera consensuada y de equipo. Se trataba de dejar que Lucas se hundiera por sus propios medios, al provocar en él una rebeldía inusitada en contra del jefe.
-- ¡Dejémoslo… que éste cae solito! – le había comentado Eugenio a Silverio, en la espera de los acontecimientos. Y esa había sido la debilidad de Lucas, pues se había hecho asesorar de otros jefes de otras ramificaciones del gremio, quienes le habían aconsejado que hiciera valer todos sus derechos.
-- ¡Todo te favorece! --- le decían.
-- ¡No tienes nada que perder! -- le complementaban en su asesoramiento. Y Lucas se sentía apoyado, pues descubría que todo estaba a su favor. El acompañamiento de sus asesores le daba esa seguridad. Por otra parte, el propio Lucas ya estaba muy subido en su ego, ya porque lo habían subido desmedidamente, ya porque él mismo se había hecho subir en su convicción de sentirse necesario e indispensable. Todo lo hacía ubicarse en un eslabón del que nada, ni nadie, lo iría a bajar. Es cuando las cosas son como son, y no como se tienen en la cabeza. Es cuando se generan dos mundos: el mundo real y el mundo imaginario. Es cuando se puede perder la dimensión de la realidad y extasiarse en un mundo fantástico, que no pasa de ser que quimera y vacío. Se trata en esos momentos de encontrarse en la frágil frontera de lo que es, y de lo que no es. De lo que pareciera y de lo que se supone. En el caso de Lucas, todo parecía indicar que él era el líder necesario. Así lo venía sintiendo, y así se lo habían venido haciendo sentir. Había sido fácil para él remontarse a esos mundos. Y en su mismo caso, se suponía que Lucas no era el líder. Porque no se es líder. Simplemente se está líder. Y él había estado líder en un momento muy pasajero, que ya había pasado. Ya sus quince minutos de gloria se habían terminado. Le habían hecho mucho bien. Los había disfrutado a plenitud. Pero le habían hecho un gran daño, porque le habían creado la convicción de que era el líder y el que mandaba. Por eso se aferraba a defender con todas las maquinarias ese lugar y puesto. Pues gracias a él, las cosas habían tomado un rumbo seguro y nuevo. Gracias a él, todo había comenzado a tener sentido. Gracias a él, las cosas habían mejorado. En esos momentos de gloria, era cuando Lucas estaba siendo líder. Pero, desde el momento en que se ponía a la defensiva para atacar y defender sus trincheras, pasaba de estar lider, a ya no serlo. Lucas no era líder. Había estado líder. Y ya se había acabado su tiempo.
Se trataba ahora de los nuevos estados pasajeros de estar líderes de los que venían atrás. Ahora eran los turnos de Silverio y de Eugenio, y también de Mateo. Silverio era instintivamente sabedor de todo ese engranaje natural. Es, entonces, cuando Silverio aparece pero de manera camuflada, para ejercer su liderazgo. Pero todo bajo la apariencia de que quien manda es el jefe, y Silverio, simplemente el que obedece. Y en lo primero en que Silverio aparece como el que obedecía, era en la puesta en práctica del aplastamiento literal de Lucas. Había que aprovechar los momentos para que Lucas fuera destituido, desplazado y reemplazado. Y para esto estaba dada la contienda declarada entre Lucas y el jefe Toribio. El jefe Toribio empezaba a sentir que perdía autoridad en su mando. Pero para eso estaba el trabajo socavado de Silverio, para crearle una fortaleza y hacerle sentir que era él era el jefe, ante quien todos tenían que doblegarse, incluso Lucas con toda su altanería y atrevimiento. Era ahora en que el jefe tenía que sentir que mandaba. No se le podía escapar ese deber y ese derecho connaturales con el ejercicio del poder. Lucas se negaba a aceptar el traslado para la ciudad a donde lo mandaban. Y eso mismo consistía el abono y la tierra firme para el cultivo de lo que se había sembrado en ese terreno de la disputa. Tan entendida es la naturaleza, que hasta la semilla sembrada sabe por de más todo lo que tiene que realizar en su proceso de germinación y crecimiento. No es necesario que se le diga que ella es una semilla de girasol, porque ya ella lo sabe. Y va a enraizarse como girasol en la tierra madre; va a germinar como girasol, y va a crecer como girasol; y cuando sea joven dará flor y semilla de girasol. Y todo a la perfección en su proceso evolucionado de la especie de girasol. Y así con todas las semillas de todos los granos y flores. Y todo en todo. De esa misma manera, sucedía con la semilla de la discordia que se había sembrado en la tierra fértil y fecunda de aquellos dos, que se estuvieron llevando muy bien, hasta que se interpusiera la necesidad de imponerse frente al hecho del poder. Ya la semilla había sido colocada en esa tierra. Ahora empezaba a enraizarse con sus tentáculos normales para poder aferrarse al suelo que la sustentaría, y necesitaría del agua y del sol en todo su proceso de fotosíntesis, pero esos mismos elementos ya se darían de manera espontánea. Ahora se trataba de esperar que la semilla germinara y floreciera. Y hacia esas dimensiones se perfilaba. Serían el orgullo herido y el ego agonizante, el sol y el agua que alimentaría la semillita que ya estaba creciendo, con total independencia, sin necesidad de asesoramiento externo, pues ya llevaba en su historial genético toda la información requerida y necesaria para fortalecerse. Los orgullos heridos de ambos amigos y compañeros, y de buen entendimiento de otros tiempos recientes de entrambos, se irían acrecentando, con el pasar de los días. Uno por no sentirse obedecido, y el otro por sentirse injusticiado. La falta de comunicación haría más hondo el sufrimiento de cada uno por separado. Antes lo resolvían todo con las conversaciones. Uno se dejaba asesorar y el otro se sentía útil y valorado. Ahora no había razones que los llevara a sentarse en la mesa de las comprensiones. En eso consistía la gran tarea de Silverio. Había que profundizar esos distanciamientos, como se iban dando, y provocándolos con toda premeditación y alevosía. Es cuando la tarea de los intermediarios se convierte en un instrumento inútil e innecesario. Pues toda intermediación es campo para generar y agrandar las distancias, que en un inicio pueda que sean milimétricas, pero con los mensajes traídos y llevados por las partes litigantes hacen que en cada mensaje nuevo se genere más disentimiento, y la incomprensión se anide muy profundamente en los corazones y en las mentes. Esa es la tarea y el trabajo de los intermediarios. Y ese era el trabajo de Silverio, quien se hallaba en sus anchas en llevar y traer los mensajes. Era en esas idas y venidas donde se agigantaban las distancias. En eso consistía el trabajo de Silverio. Y no lo iba a desperdiciar. Ya el solo hecho de mandar a decir de una parte, y de esperar la información de lo que mandó a decir la otra parte, se iban produciendo grandes brechas en la comprensión. En esos lapsos de espera las emociones se multiplicaban y se agolpaban en los pechos de cada uno. Esos espacios de tiempos entre el qué dijo y el qué va a decir, iban haciendo demasiado daño. La espera de noticias y de informes de parte y parte, eran como una máquina de combustión en su total y máxima expresión. Hasta los silbidos del maquinista se podrían sentir, y los humos de las chimeneas de escape resoplarían en esos momentos de esa relación entorpecida, conllevando al chirrido de los hierros en un frote cada vez creciente, con sus consabidos chispazos de las ruedas con los rieles, debilitando carruaje y carril y presagiando grandes desgracias. No era otro el futuro inmediato lo presagiable en esa realidad de entonces entre Lucas y Toribio. El descarrilamiento sería su resultado.
Y se hubiese evitado tanta desgracia junta, si ambos se hubiesen percatado que se trataba de una sobremarcha innecesaria. No se trataba de ganar tiempo en la llegada a la estación, porque los tiempos de ese viaje en concreto iban a la perfección. No se trataba tampoco de la escasez del carbón que alimentaría los hornos de las máquinas para mover toda la armazón de hierro, porque había carbón para el viaje de ida y vuelta sin preocupaciones de escasez. Mucho menos había presagios de malos tiempos, por amenazas de lluvias o de algo parecido, que indicaran que había que tomar precauciones y agilizar el paso. Todo iba bien. Otras veces había ido peor, pero se había resuelto por la comunicación directa y franca. Ahora estaba faltando ese detallito, que no era gran cosa, pero que era mucho. La falta de ese elemento estaba agrandando la distancia, y los egos estaban siendo maltratados. Las incomprensiones iban tomando velocidad, y como caballo que se asusta, se empezaba a galopar y se empezaba a perder el control de la rienda, para desgracia de caballo y jinete.
Silverio sabía que todo estaba sucediendo mejor de lo que hubiese programado. Sin embargo, faltaba un detalle y un elemento. Era necesario que Silverio no apareciera, sino como el que obedecía. No podía asomarse otra idea. No podía surgir como protagonista, sino como actor secundario. El show y los aplausos tenían que ser para los que desempeñaban los roles protagónicos. El propio Silverio tendría que aparecer de entre los espectadores irrumpiendo con sus aplausos. No podía aparecer en el tablón del escenario. Eso hubiese sido fatal. Silverio ya se había percatado de ese detalle, y había tomado ya todas las previsiones. Es, entonces, cuando comienza a aparecer la figura de Mateo, que empezaba como a desempeñar la tarea del luminito o del que recogía todos los enseres y elementos de los actores.
Ahora, Mateo era el elemento que faltaba. Y con ello todo seguía mejorando para las estrategias de Silverio. Mejor a esas alturas, era imposible.
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