Capitulo 11
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Aquí comienza todo. Nos hallamos en el momento crucial de toda la trama y todo el desenvolvimiento. Aquí comienza a comenzar todo. En este preciso momento se estaban jugando todas las cartas, y había que dejar las de más valor debajo de la manga o en el zapato, para su justo momento. Se trataba de hacer ver al contrario que se tenía una mala combinación de cartas, y que se tenía todas las de perder. Había que dejar que el adversario elevara la apuesta, una y otra vez, y había que demostrar que se estaba intimidado. Eso le daría al contrincante mucha seguridad. Pero había que hacerlo todo con mucha habilidad.
-- ¡Mandó a decir Toribio, que, por favor se someta a una auditoria! – había dicho Silverio a Lucas en una de las encomiendas, pues lo mensajes de entre el jefe y Lucas seguían sus idas y venidas. Y los puntos divergentes iban en aumento.
-- ¡¿Pero, por qué no viene el propio jefe a hablar conmigo?! – le había contestado Lucas a Silverio.
-- ¡Nosotros simplemente hemos venido a decirte lo que nos mandó decir el jefe Toribio! – había intervenido Mateo, que era el nuevo elemento en traer y llevar las encomiendas de parte y parte. Mateo había sido asignado por el jefe, por petición de Silverio, para acompañar y complementar la tarea de embajadores y de agentes de intermediación. Toda intermediación es, a todas todas, una intromisión y una torpeza. Las partes en litigio, nunca deberían nombrar intermediarios, a pesar de ser ésta la costumbre y la tradición en casos de divergencias y de diferencias. El ejemplo que más ilustra esa inutilidad es la parábola del hijo pródigo, en la que el Padre no acepta, y desbarata toda posibilidad de intermediarios, ya con el hijo que regresa, ya con el hijo mayor que se negaba entrar a la fiesta, al salir él mismo a recibir a uno, y a dialogar directamente con el otro. Con ello se desmonta toda posibilidad de embajadores y de negociadores en una relación que tiene que ser de tú a tú; sin más, ni más. No sucedía de igual manera, en el caso que llevamos contando. Se había creado la necesidad de intercesores, de embajadores, de negociadores, de informantes. Y se estaba en un momento muy importante de esa relación que se estaba echando a pique.
-- ¡Pues, digánle al jefe, que venga… que venga! – seguía insistiendo Lucas.
Toda embajada en una relación crea puntos de fricción. Y va creando elementos de intereses nuevos, en esa realidad nueva, pues ya son tres los afectados. Y a veces, las más de las veces, todo gira en torno a esa nueva realidad que viene a ser la parte más importante. Todo comienza a verse a través de ese tercer elemento, que poco a poco se va convirtiendo en el factor determinante y decisorio de las partes en conflicto. En la suma de dos tú, un tercero viene a ser un montón. Mucho más en una relación de dos tú, un tercer tú viene a entorpecer.
-- ¡Tienes que obedecer! – buscaba convencer Mateo, quien estaba sumado a la comitiva de la embajada creada entre Lucas y el jefe Toribio. Ese detalle colocaba en desventaja psicológica a Lucas, pues el hecho de ver a dos personas en la comitiva enviada por el jefe para traer y llevar los mensajes de respuesta, lo debilitaban moralmente.
-- ¡Exijo que venga personalmente a hablar conmigo! – se mantenía en su postura Lucas, que tenía que convencer a los dos enviados de sus razones, para que éstos fueran fidedignos mensajeros de los requerimientos y condiciones en cada nueva venida y salida de los mensajes.
Para el mismo jefe, el hecho de que los dos enviados dijeran lo que traían por decir de parte de Lucas, era una confirmación validada, y le daban más peso a la información. El testimonio de dos, dan mayor credibilidad, en caso de concordar en la misma información. Porque también existía la probabilidad y la posibilidad de que uno negara al otro, y eso hubiese sido ventajoso para las partes en litigio. Pero no sucedía eso, sino como probabilidad. Tampoco se trataba de que Mateo negara o contradijera a Silverio, pues no había sido seleccionado Mateo, sino para acomodar todo a favor de los intereses camuflados de la contienda. Tampoco estaba interesado Mateo en convertirse en piedra de entorpecimiento. Y ni siquiera se lo hubiese ni propuesto, ni imaginado.
-- ¡Lucas no quiere someterse a la auditoría! – le había comentado Matero al jefe Toribio, en el regreso del cumplimiento de la encomienda asignada, que hacía que fuera el secretario inmediato del jefe, lo ponía en la tarea de sumisión y en servicio de los propios intereses del jefe. Existe veces en que la falta de personalidad, o los intereses creados en el camino, hace que se pierda el sentido del norte en la dignidad. Y eso nos lleva a sucumbir a necesidades que no se necesitan, ni hacen falta. Mateo se estaba doblegando a una obediencia sumisa, y se estaba dando crecimiento en sus aspiraciones inesperadas, nuevas necesidades. Se le sumaba a esas pequeñas sensaciones nuevas, la falta de doblegar y de agachar un poquito la cabeza, por parte de Lucas.
-- ¡Eso no puede ser! – había comentado Toribio, empezando a entrar en el juego de los mensajes para los que había creado la comisión. Y era de comprender que Lucas no pudiera bajar la cabeza, ya que no había sido necesaria la creación de una comisión de negociación, como la que se había creado con Silverio y Mateo.
-- ¡Eso sí que está mal… muy mal! – siguió argumentando Toribio, pues ya se empezaba a sentir que los egos seguían sufridos, y las razones no entraban en la lógica de los razonamientos.
-- ¡Yo también creo lo mismo! – había complementrado Silverio, sabiendo que ya eran los orgullos heridos, los que estaban enfrentándose. Y para que se sintieran más maltratados, estaba su tarea y su presencia.
-- ¡Hay que hacer algo, y rápido! – había sugerido Mateo, que ahora con su ayuda estaba comenzando a ver ya esas diferencias como algo personal suyo, y lo estaban llevando a tomar partido a favor del jefe y en contra de Lucas. Pero todo era logro de los objetivos de Silverio, quien estaba haciéndole sentir al jefe que el que mandaba era él, y no otro. Se trataba de una cuestión de poder, y el poder lo representaba el jefe. Lucas no tenía de otra que someterse. Eso estaba haciendo sentir Silverio, pero ahora, a través de Mateo, quien estaba convencido que el jefe tenía que imponerse.
-- ¡Usted es el que manda! – había continuado Mateo, quien era quien empezaba a llevar la voz cantante, a esas alturas de la situación de esa realidad. Era, ahora, Mateo quien hablaba de parte del jefe. Y era Mateo, quien hablaba también de parte de Lucas. Mateo era quien informaba a las partes de ambos lados. Y cada vez le iba colocando su sello, pues ya había ido tomando partido y se estaba inclinando a favor del jefe. También asistía en cada caso, Silverio. Pero Silverio, ya no hablaba. Simplemente era el acompañante. No podía faltar el efecto de su carcajada bullera, sobre todo cuando el jefe se mantenía en algo en concreto al no ceder en lo más mínimo. Ahora, ya todo había pasado a mano de Mateo. Eso era lo que había querido y pretendido Silverio, cuando se había percatado de que era necesario que él no apareciera en escena, sino para aplaudir desde el puesto de los espectadores de toda la obra. Todo estaba hecho, y todo seguiría su curso.
-- ¡Va mejor de lo que habíamos creído! – le había comentado Silverio a Eugenio cuando tuvieron la oportunidad de encontrarse para hablar sobre el caso Lucas, pues se trataba de aplastar a Lucas. Todo estaba encaminado. Nada lo detendría. Ya la semilla estaba creciendo. Ya la máquina estaba siendo acelerada, y empezaba a tomar impulso. Nada haría cambiar las cosas. Todo sería fluido y de manera natural. Las distancias entre Lucas y el jefe se agigantaban, e iban tomando un matiz de enfrentamiento personal, como si se tratara de algo en contra del otro, por razones de instinto de sobrevivencia. Ya se había entrado a la irreversible frontera de lo personal, y los insultos y ofensas comenzaron a ser los instrumentos lanzados de parte y parte, para hacer que las heridas llegaran al alma de cada uno. Ya no había momento para un descanso, o para una tregua. Uno de los dos tendría que rendirse en esa batalla de gladiadores, y uno de los dos tendría que esperar el gesto del dedo, o hacia abajo o hacia arriba, en señal de muerte, o en señal de perdón y vida. Era preferible el guiño del dedo hacia abajo, pues era mejor sucumbir a la fuerza del otro, y morir; que seguir viviendo con la vergüenza de saber que gozaría de ese beneficio de la vida, solamente por lástima y compasión. A esos extremos de los enfrentamientos, se ven sometidos muchos buenos hombres, que de la manera más inocente se ven en una arena de luchas para diversión de los que asisten al circo de la diversión y entretenimiento, para la algarabía de una masa despersonalizada, a la que igual le da el que gane o el que pierda, ya que está sedienta en su morbosidad de ver sangre derramada, y no dejará de gritar y rechiflar hasta que no vea esa sangre esparcida por los suelos de todo el centro del lugar de exhibición y de pelea. Ya estaban los gladiadores en la arena. Solo había que esperar que una cabeza rodara. Ya estaban destinados a ello.
Silverio seguía con su carcajada. Mateo, por otra parte, sin saberlo ya se había convertido en personaje de la obra, y todas las luces enfocaban su intervención. Tampoco lo había pretendido, ni siquiera se lo había propuesto como meta. Los acontecimientos aparentemente fortuitos lo fueron llevando a subir al escenario, y ahora se hallaba desempeñando un papel ya no secundario. Si se hubiese percatado de ello, tal vez, hubiese sido bueno para él. O, quizás, ya se había dado cuenta, y no quería sino seguir desempeñando el nuevo rol que empezaba a parecerle como de su obligación. Silverio seguía con su carcajada.
Ahora era Mateo el interlocutor y el intermediario de esa diatriba, que no era suya, pero que ya empezaba a pertenecerle.
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