Capitulo 13
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Algunas especies de animales llevan en sus genes, de manera instintiva, la necesidad de desplazar al más débil. De entre algunas especies de aves, el primer pichón en nacer busca deshacerse de los huevos que todavía no han perforado sus conchas para traer a la luz del día a otro ejemplar de la misma camada. O si nace, a la hora en que sus padres vienen con el alimento en sus picos, no deja que el otro se alimente para que se muera desnutrido. Algunos otros van empujando con sus incipientes alas hasta la orilla del nido los huevos restantes, o a los mismos hermanos más débiles para arrojarlos al vacío, porque se trata de la sobrevivencia del más fuerte. Y se trata de algo natural, ya programado por el instinto de conservación. Igual sucede entre los seres humanos.
La civilización y el ser civilizados, es en parte para conocer, dominar y superar esos instintos animales que todos llevamos dentro. A más instrucción, se supone que esa animalidad instintiva debe ser más dominada. De manera que toda la preparación a la que se somete la especie humana, es para ser más gente, y hacer de este mundo un entorno más vivible. Entre más nos alejemos de ser animal bruto, más sensibles por el dolor ajeno nos beberíamos convertir. A más preparación y conocimiento de esos elementos por superar, más expertos en humanidad nos deberíamos transformar. Al fin y al cabo, ahí radica la diferencia del hombre primariamente instintivo, que reacciona sin ningún condicionamiento y sin ninguna restricción. Como vaya sintiendo, va comportándose. No tiene y no siente una vocecita que le diga que hay que frenarse o frenar. Que hay deberes elementales que tienen que prevalecer para ser seres sociales y sociables. El ser totalmente instintivos nos convierte en seres totalmente selváticos. Algunos elementos como la compasión, la caridad, la solidaridad, las segundas oportunidades, y otras de por ese estilo de grandeza de corazón y de sentimientos, podría verse en esa manera de comportamiento, como una debilidad del que ejerce el poder. Y para eso están, muchas veces, los que hacen la corte y acompañan al que detenta y ostenta el poder, para mantenerlo en su ejercicio, a costa de lo que sea que se interponga. Es cuando vuelve a aparecer la idea de “ser líderes” y de “estar líderes”. No se es líder”. Simplemente se “está líder”. La diferencia está en la comprensión de la realidad de las circunstancias, que no son otra cosa que la sumatoria constante de instantes pasajeros, tan efímeros y volátiles como la duración y tiempo de un suspiro. Un momento determinado convierte a cualquiera en el jefe, o en el que conduce, o en el que ejerce el rol de liderazgo para tomar pequeñas decisiones, o en el que ilumina con su criterio o con su opinión ese justo momento exacto. No por ello queda convertido en el sujeto indispensable que debe conducir siempre cada momento, a partir desde ese acierto circunstancial. Eso lleva a estar abierto a todo y a todos, porque cualquiera está en la posibilidad de desempeñar ese liderazgo de circunstancia, tan pasajero como lo es cada momento, distinto uno de otro. Pretender calificar y clasificar a un sujeto determinado como el líder, con ese cliché y esa identificación, es dar a esa persona una responsabilidad que lo supera en el tiempo y en el espacio, pues las circunstancias son cambiantes, en relámpagos de tiempos consecutivos que apenas Damián tiempo para percatarse de esa fugacidad de momentos. Pueda que la suma de las circunstancias lleven a ser líder consecutivamente, por ser varios los momentos decisorios en la toma de decisiones; pero eso mismo tiene que llevar a comprender al que tiene la gran tarea de “estar líder”, que los momentos y los instantes son cambiantes, y que sus aciertos no siempre serán aciertos todo el tiempo, pues cambian las circunstancias. Aferrarse a que siempre se tiene la razón y que siempre le asiste el buen juicio en sus criterios y opiniones, es pretender que el tiempo se detenga. Y todo es movimiento y en eterno. Cambian los instantes. No se niega, sin embargo, que hay algunas personas más dotadas que otras en ciertas circunstancias; pero no por ello es el que siempre tiene la razón. Hay veces que el que no tiene la razón, pueda que tenga la razón en ese justo momento. Eso implica y exige mucha apertura, porque no necesariamente el que ostenta el poder y lo ejerce, está dotado de la eterna infalibilidad. Si así fuese, eso implicaría que existe una escala de personas, en las que unos son los que saben, y por ello mandan; y otros son los que no saben, y tienen que obedecer. En una realidad de sabia e inteligente comprensión, hasta los que no saben, tienen su momento de saber y de marcar la diferencia; porque no se es líder, sino que se está líder. Así es el hecho de estar líder, que hace que lleve a que todos sean necesarios, y nadie sea indispensable. Si todos dependen del juicio y del criterio de uno solo, entonces, se está en una sociedad cerrada y violentada. Y eso es propio de los animales, el donde el macho alfa se impone por su fuerza. Y, aún así, la naturaleza tiene ya programado el relevo de los que también tienen el potencial de ejercer el mando y el poder. La diferencia está, en que de entre algunos animales, el jefe se impone a la fuerza; mientras que entre los seres pensantes está en que la fuerza de la imposición es la lógica de la adecuación de adaptación de momentos a sus circunstancias, que son cambiantes. De entre los animales, se impone el más fuerte del momento; de entre los seres que piensan su imperio es el del diálogo consensuado, para saber combinar tiempo y espacio con necesidad pasajera y distinta de momentos, igualmente pasajeros. Eso lleva a comprender que todos tienen la oportunidad y el momento de estar líderes. Entonces, el que ejerce el mando, tiene que tener esa sensibilidad, que depende de su apertura humana, para comprender que su liderazgo y su mando consisten en promover y reconocer que todos tienen el potencial de liderazgo, porque todos ya lo son por naturaleza. Y no es otra su función que respetar esa gran verdad. De lo contrario, tiene que hacerse sentir. Y surge, entonces, la sumisión a conveniencia en función de la sobrevivencia. Pero no tardará en llegar el momento en que se destrone al que ostenta el poder, en función del poder como autoridad impuesta. Si sucede el respeto de la potencialidad de que todos tienen intrínsicamente el estar líderes, el que está desempeñando ese momento de su estar liderizando, tiene la delicada tarea de no imponerse. Y no se impone. Tampoco cuestiona. Mucho menos ridiculiza y humilla. Su tarea y función es enaltecer y engrandecer a sus con-liderados. Entonces, todos lo respetan, lo admiran y lo aman; porque todos se sienten respetados, admirados y amados. Y se trata, por consiguiente, de una esfera envolvente y contagiante de consecuencias humanizantes. Lo contrario, sería una experiencia animalizante. Eso hace la diferencia, porque al que es líder todos los demás se le someten con obediencia; mientras que al que está líder se le cuida y se le protege, porque todos comprenden la fragilidad de ese momento concreto, y porque todos, igualmente saben, que todos tienen su momento para estarlo, y todos lo va estando circunstancialmente; y eso mismo hace que todos se cuiden recíprocamente con cariño y agradecimiento mutuo. En el caso de los lobos sucede que los demás lobos sometidos al lobo alfa, tienen que echar las orejas hacia atrás y la cola tiene que estar metida entre las piernas, cuando el lobo reinante se acerca a desautorizar y a someter cualquier intento de algún otro lobo de manifestarse como pretendiente de mandar. Las mordidas y la furia del lobo alfa es determinante, y no hay otro que se resista. La cola del lobo alfa en ese momento está alzada, sus orejas están levantadas y los pelos de todo su cuerpo se engrían, porque él es que está al mando; mientras el lobo que está sometido tiene hasta los pelos de todo su cuerpo aplastados a toda la piel, a pesar de que no deja de mostrar sus dientes amenazantes, pero es más de sumisión y de nerviosismo, porque la sola presencia amenazante del lobo al mando lo intimida y lo acobarda. Igual sucede con los gorilas, pero con la diferencia que el gorila derrotado sale corriendo en una huida desenfrenada, sin ni siquiera poder girarse a mirar si ya están por alcanzarlo, simplemente se pone en resguardo, porque está sometido y tiene que reconocer la superioridad del alfa. En una sociedad de humanos-humanizante, el alfa sabe desempeñar su rol y sabe reconocer que su realeza y su estado alfa, lo hacen servidor y patrocinador de manera natural y espontánea del liderazgo que cada uno desempeña, porque no se trata de otra realidad que de un mando que es “co-mando” y que es de “co-líderes”, en donde no se es más, y no se es menos; pues todos son iguales en condiciones y merecedores de ese mutuo respeto. La obediencia es el resultado de un compartir responsabilidades en el ser manejadores de circunstancias, para lo que se necesita de todos, en todo y para todo, y en la que todos son importantes y necesarios, pero no indispensables. La indispensabilidad consistiría que no se haría esto o aquello, por falta o ausencia del que ejerce el mando. O no se haría tal o cual actividad, porque no ha llegado tal o cual integrante, que es el sujeto pensante. Eso sería una condición y llevaría a estar sometidos a la fuerza de cualquier circunstancia, para convertirse en victima del momento o de los momentos, en que se tiene que tomar decisiones, por muy grandes o pequeñas que éstas sean. Pero se necesitaría de todos los que en ese momento concuerden en el momento de espacio y tiempos específicos. Los ajenos y los ausentes, ya no serían parte del todo de ese instante en concreto. Sus ausencias serían una particularidad de ese momento circunstancial. Así, entonces, no se podría decir que qué haría y qué opinaría el que no está, porque la realidad es que no está. Ese sería un elemento que englobaría a la circunstancia como tal, pues cada momento exige la instantaneidad de cada momento. Por eso son circunstancias, que hacen que sean distintas unas de otras. Y en todas, cada uno y todos se convierten en un potencial de “estar líderes”, porque todos ya lo son de por sí, por ser animales pensantes que tienen que tomar decisiones, en aras de la propia sobrevivencia, tanto individual y colectiva. Ciertamente que existe una jerarquía social en ese liderazgo. No se trata de ir en contra de ese orden establecido, porque sería crear y generar un caos convulsivo, creciente y enfermizo. El orden tiene que existir. Además es un imperativo social en ese entramado colectivo de animales pensantes. Pero la clave está en que, sin ir en contra de ese orden necesario, se comprenda que se necesita de todos, pues todos aportan elementos interpretativos de esa realidad, unos de una forma y otros de otra. Ese hecho evitaría el caprichismo del que está en ese momento en la obligación histórica de co-mandar y co-liderizar en la sobrevivencia concreta de ese momento, que puede poner en amenaza y en peligro el buen desenvolvimiento de trabajo de equipo. En eso consiste, en definitiva, la idea de “estar líder”: la de trabajar en equipo, pero con la apertura de saber y comprender que todos tienen algo útil, nuevo y necesario que aportar. Y así, una y otra vez, y siempre. Nunca habrá descanso, porque el co-liderazgo genera una interdependencia y una necesidad de todos; y en la que todos son valorados, honrados, respetados, considerados, admirados y necesarios; pero con la circunstancialidad pasajera de cada momento único y en nada parecido, ni al anterior, ni al posterior. Esa verdad conllevaría a comprender la unicidad, especificidad e irrepetibilidad de cada momento. Eso mismo nos llevaría a una apertura sin fin y sin límites. Y nos llevaría a una profundidad agradecida de cada uno y de todos. Eso haría que cada pequeña sociedad, en la diversidad que sea, fuese realmente una sociedad humanizante. Lo contrario, no nos diferenciaría de todos los demás animales.
Y las cosas como estaban sucediendo con Lucas, con Toribio…y con otros sucesos todavía no relatados, estaban llevando a pensar que se estaba tratando de ser líderes, y muy lejos de estar líderes. El jefe mandaba: por eso se imponía. Por eso el decreto que se había dictado en contra de Lucas. Las cosas hubiesen sido distintas si este par de amigos hubiesen entrado en la apertura de uno hacia el otro, sin más entorpecimientos que la de estar abiertos, considerando que cada uno por separado tenía sus circunstancias, y que revisadas y reconsideradas, hubiesen creado un momento con mejores resultados para ambos. Sin embargo, Toribio ratificaba que no iba a ceder, y que el hundimiento de Lucas, le llevaban a reconocer la obra y la fidelidad de Mateo y de Silverio.
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