Capitulo 14

 




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El jefe tenía ya desempeñándose como jefe treinta años. Quince había desempeñado en una de las sucursales más pequeñas de la región del país. En ella se había estrenado y su labor no había sido para nada notorio. Se había caracterizado por recibir empleados retirados de otras sucursales, y en cierta manera era un contestatario en relación a las demás sucursales, pues con ese comportamiento, de alguna manera, desautorizaba a los otros colegas del gremio. Poco a poco hizo que esa sucursal fuera creciendo en cantidad de empleados; y eso hacía que en ella se encontraran empleados de todas las regiones y estados de todo el país, haciendo muy heterogénea esa zona de la empresa. Había allí una gran diversidad de características culturales. Los otros quince años los había desempeñado en la zona donde ahora se encontraba. Había mantenido el mismo comportamiento de recibir a gente de otras latitudes, pero que fueran del propio país. Ese detalle es importante de resaltar, pues no recibía extranjeros. Por el contrario, hacía todo lo posible con su diplomacia para que se retiraran por sus propias iniciativas. También es de hacer notar que empezó a interesarse en fomentar mano de obra local, cosa que había logrado con una gran habilidad. Ese hecho le daba una gran ventaja, pues se trataba de gente con la idiosincrasia regional que conocía sus propias realidades culturales, y en cierta manera era más fácil trabajar con empleados que entendieran sus propias necesidades y realidades sociales. Eso había sido un gran acierto. En cuanto a lo de los extranjeros hay que ubicar a Lucas, era extranjero.

Hacía quince años largos que había llegado a la región, asignado con platillos y redoblantes. Su toma de posesión había sido todo un acontecimiento. Toda la prensa regional había reseñado ese gran suceso. Se le esperaba con gran ilusión, y como en todo cambio, se suponía que las cosas mejorarían para mejor, en esos momentos en que las cosas estaban muy tensas en esa sucursal de la empresa, que había tenido la experiencia de escasos diez años antes de un boom, en todos los sentidos, con el jefe de esa temporada. El jefe de entonces se hallaba complicado de salud, y estaba atravesando un estado semi-avanzado de parkinson, que lo había llevado a la obligación de solicitar su renuncia. Además la administración en la práctica había estado en manos de Mateo y de Efrén, a quienes se les atribuía consecutivos abusos de poder. Estos dos habían sido los manos derecha del jefe de entonces, y las cosas habían estado bastante sofocantes. Se decía que quienes mandaban eran Mateo y Efrén, ambos extranjeros. Se comentaba que quienes tomaban las decisiones eran ellos dos, y que el jefe Avi, que era como se llamaba el jefe de por entonces, simplemente era un títere que hacía lo que estos dos decidieran y dijeran. La debilidad del jefe Avi había consistido en su temor de hacer daño. Sufría ante la posibilidad de perjudicar a cualquiera. En eso era demasiado escrupuloso consigo mismo. No levantaba la voz a ningún súbdito, ni en los peores momentos. Con todos buscaba tener un trato franco y directo. Pero el problema había consistido en que Mateo y Lucas habían creado una especie de alcabala y habían creado fronteras en las relaciones con el jefe Avi. Lo ignoraba el jefe Avi. Pero para poder acercarse a él, había que pedir audiencia y esperar que le asignaran el día y la hora. De lo contrario, nadie podía acercarse al jefe Avi. Muchas veces, hay momentos que los intermediarios entorpecen toda relación, y Mateo y Efrén, estaban siendo los entorpecedores de esa comunicación. Se decía, entonces, que Mateo y Efrén eran los que mandaban. Eso mismo fue haciendo que la tensión subiera en intensidad en los tiempos del jefe Avi, y sumado a sus quebrantos de salud que iban también en aumento, no hubiera de otra que el propio Avi solicitara la renuncia. El alegato era su incapacidad de desempeñar las funciones de gobierno. Se sumaba a ese hecho, la experiencia habida con el jefe anterior, quien había estado por largos 20 años en la dirección de esa sucursal. Su nombre era Cons, y se había caracterizado por su mansedumbre y su sentido práctico. Era de la región, y ese detalle le daba la ventaja de sentir, pensar y actuar como los lugareños. Tenía un gran sentido de la practicidad. Era un hombre llano, franco y sincero. Lo que sentía y pensaba, lo decía. A veces gritaba. Pero gritaba como grita la gente de esa región, y con su grito imponía respeto. En ese sentido, era un igual, entre los suyos. Eso era una gran ventaja, a su favor. Había sido un hombre del sentido de solidaridad y de compañerismo con todos, a quienes trataba de igual a igual, sobre todo con sus empleados inmediatos que dependían directamente de él. Se había hecho ayudar como mano derecha de Jorg, quien también era un hombre práctico, y sin ninguna complicación. En esos tiempos de Cons, apenas estaban saliendo de la concha, como pichones de pajaritos, Silverio y Eugenio, quienes buscaban reírse y hablar como hablaba Cons. Los pichones de las aves imitan los sonidos del canto de sus padres, a los que tienen de modelo, y sus cerebros comienzan a engranarse a esa conglomeración de los de la misma especie. Las carcajadas de Cons eran diáfanas y algo bulleras. Así mismo también se reían Silverio y Eugenio, quienes utilizaban los mismos refranes del jefe Cons, y en todo buscaban parecérseles. Los hijos repiten los gestos de sus padres, y utilizan sus mismos detalles, pues además de las mismas características genéticas que se heredan, existen también entornos sociales y familiares que van enmarcando una personalidad emergente, que sabe tomar de su alrededor los elementos para su desempeño social. Silverio y Eugenio eran, en cierta manera, hijos de Cons, al ser instruidos de manera espontánea y natural por su influencia. La personalidad de Cons era, sin duda, contagiante y arrolladora, pero sin imposición forzada, sino por el hechizo de su magia contagiante. Cons, por otra parte, no mandaba a decir nada a nadie con algún intermediario. Las cosas las decía él mismo personalmente. A veces se extralimitaba en la forma de decirlo con su forma de gritar. Pero su grito no era intimidante. Su grito no sonaba a imposición, sino a como exhortación de un compañero. Se le podía llevar la contraria y se le podía refutar, en el caso de considerar que su apreciación no estaba en lo justo. Y Cons se dejaba interpelar en ese discenso de criterios circunstanciales, y a veces de manera inmediata reconocía haberse extralimitado, y sin esperar para otros tiempos y espacios distintos de esos exactos instantes, pedía perdón y rogaba que se le excusara. Cambiaba de tema con gran soltura, y no se empecinaba en forzar en forma de machaqueo psicológico sobre lo que quería corregir o mejorar en sus súbditos. Cons, ciertamente, había sido una gran escuela. De entre todos los súbditos se sentía una gran camaradería inspirada por la personalidad del jefe. Silverio y Eugenio, eran de esa escuela, por lo menos en esos tiempos de su nacimiento laboral. Silverio siempre había sido sumiso y obediente a Cons, y siempre se había mantenido a su servicio y disponibilidad laboral, para lo que se presentara. Eugenio, por el contrario, siempre había manifestado sentirse cercano a Cons, y se le podía presagiar que usaba esa aparente cercanía para ganar puntos en la sociedad laboral. Cons sabía eso, y en las reuniones mensuales resaltaba ese afán de Eugenio, pero sin humillarlo ni vejarlo, sino con respeto, consideración y con mucho estímulo, pues decía que era muy bueno tener aspiraciones en la vida, y lo alentaba a que se mantuviera así. Ya empezaba a descubrirse, por entonces, una especie de competencia personal entre Silverio y Eugenio, para escalar posiciones. Parecía como una especie de reto fijado entre ellos dos, de manera de careo y de quien escalara primero. Pero sin el desplazamiento, sino con la idea de quien llegue primero, le da la mano al otro para que suba también. Eso se empezaba a sentir entre Eugenio y Silverio.

En los tiempos de Cons, Damián apenas estaba siendo incorporado como empleado recién salido del nido a la empresa y a esa sucursal, en concreto. Cons había asignado a Damián como el nuevo al que había que entrenar e instruir, y lo había colocado como su secretario inmediato. Damián había empezado a desempeñar con gran ligereza y presteza esas funciones. Se había generado, por entonces, una especie de trío laboral entre Silverio, Eugenio y Damián, quienes venían siendo como los manos derecha de Cons, en algunas de los desempeños. Jorg era el adjunto de Cons, pero sabía guardar las diferencias, y no se entrometía en funciones que no le correspondían. Se guardaban las distancias. El que más se asomaba, un poco en su afán del como cobijarse bajo la sombra del árbol frondoso, era Eugenio; pero eran su personalidad y su diplomacia lo que lo llevaban a ese comportamiento. Mateo, por ese tiempo, se desempañaba como gerente de otra compañía, y mantenía relaciones de amistad con todos los de esta empresa. Mateo era conocido por todos, y se sabía que pronto se enrolaría como empleado en ella. Mateo era muy respetado. Damián, por su parte, era el más nuevo en todo, y se estaba empezando a caracterizar por su dedicación y empeño naturales.

Cuando llega Toribio, como jefe a la región, todos Lucas gaban esperanzas de que las cosas mejorarían. Había una especie de añoranza de los años vividos con Cons, y eran esos tiempos los de referencia para todo transcurrir y desenvolvimiento. Los escasos cinco años de desempeño del jefe Avi, habían sido de gran dificultad. La sombra de la figura y de la actividad de Cons, eran mucho peso para Avi, quien nunca había logrado superar esa imagen y ese impacto. Una de las grandes debilidades de Avi, había consistido en que venía de la capital y estaba acostumbrado a un protocolo social y laboral sofisticados, que en esa nueva región no se acostumbraba. Además no se podía aplicar de la misma manera, por ser distintas las realidades geográficas y sociales. Allá, para todo había una etiqueta; para la nueva, todo tenía que ser sin esquemas, pues las realidades cambiaban rotundamente. Mateo y Herm, quienes habían sido tomados como los asesores directos y los manos derechas en las funciones administrativas y de mando de Avi, habían comprendido que el jefe Avi buscaba imponer esa forma a la que estaba acostumbrado en la capital. Así lo hicieron, y así lo mantuvieron por un buen tiempo; pero las cosas se les fueron escapando. Eso mismo iba llevando al jefe Avi al deterioro emocional, mental y físico a los que se fue viendo sometido en el transcurso de los días. Eso le iba acrecentando la no aceptación. Todos, sin embargo, comprendían que el jefe Avi no era responsable de ese impacto negativo, pues veían en él un sufrimiento creciente al respecto; sino que veían la responsabilidad en sus asesores directos, en quienes consideraban que estaba el ejercicio del poder y del mando. Eran Mateo y Efrén, los que mandaban, era lo que se decía. Cuando el jefe Avi había hecho la toma de posesión, Damián se hallaba realizando estudios de especialización en el extranjero, por iniciativa de Cons, quien había visto en Damián cierta inclinación por los estudios.

El cambio del jefe Avi se había presentado como una necesidad. Eugenio, quien había sido desplazado de alguna manera y no estaba siendo tomado en cuenta para casi nada, había patrocinado en parte la revuelta para provocar el cambio. Silverio había sido asignado para un cargo muy importante en la capital, por petición de los jefes de la capital. Allí, Silverio lo estaba haciendo con grandes aciertos, y no tenía ingerencias directas en el desenvolvimiento en la administración de Avi, quien estaba dependiendo en casi todo de Mateo y de Efrén, quienes eran los que estaban dando la cara en casi todos los quehaceres directos de la empresa. El alegato para solicitar el cambio de Avi, era su incapacidad mental, y del manejo en manos de Mateo y Efrén. Mateo se estaba desempeñando como el administrador principal; y Efrén fungía como el inmediato del jefe Avi. Era en Efrén donde estaba el poder de decisiones, en la práctica del ejercicio de ese poder. Pero se decía que quien mandaba realmente era Mateo, quien tomaba y determinaba todo lo que se tenía que hacer en todo. Esa situación fue creando poco a poco un ambiente muy hostil y asfixiante. Era el cambio de Avi, la solución.

Al llegar el jefe Toribio, las cosas se presentaban como con nueva luz y esperanzas. El futuro inmediato se sentía bastante promisorio. Se sumaba a ese hecho, el que Toribio había sido alumno de Cons, y había una especie de conexión entre ellos dos, y esa relación hacía presagiar tiempos buenos. A la llegada de Toribio, todo había empezado a cambiar. Lo primero que Toribio había hecho era destituir a Mateo de la administración. Todos celebraron ese cambio. Efrén ya había sido asignado anteriormente con Avi, para el puesto principal de la sucursal más importante, y había sido asignado al lugar, que más tarde, igualmente habría de ocupar Lucas. Efrén, igualmente que con Mateo, había sido destituido de su puesto de inmediatez en el mando; y en su lugar había sido asignado Eugenio, quien pasaba a ser directamente la mano derecha en todo sentido del nuevo jefe, Toribio. Damián había sido asignado como secretario general de todo el gremio. Silverio se mantenía en Caracas. Om, había sido asignado como el secretario inmediato del jefe. Y así las cosas habían empezado con nuevas esperanzas e ilusiones, como suele suceder con todos los nuevos cambios. Se decía que Silverio, regresaría nombrado como el sucesor del jefe, pero que eso se llevaría su buen tiempo de espera.

Silverio empezó su desempeño con buen tino y acierto. Se prestaba al diálogo y parecía mostrarse dadivoso en el trato con sus empleados directos. Las reuniones mensuales fueron tomando una camaradería bonita, no experimentada desde hacía algún buen tiempo. Las lecturas de las actas de las reuniones se esperaban con alegría, por la soltura y ligereza en resaltar cada detalle habida en las reuniones, por parte de Damián, quien era el encargado de esas funciones. Damián también había sido asignado para fundar una escuela de formación y de actualización en los asuntos propios del gremio y de la empresa. Todo iba viento en popa. Eugenio se mantenía en aparente bajo perfil, y también había sido asignado para fundar una nueva sucursal en otra ciudad, que con el futuro tendría total y absoluta independencia administrativa y de mando. Para esa tarea, también había asignado Arc. Cada mes se daba informe de todas las actividades, y se ventilaban vientos frescos y saludables en todo el desenvolvimiento. Las cosas iban bien. Al año siguiente, Damián preparaba un discurso que leería en su oportunidad el jefe Toribio, pero bajo el nombre de Toribio, como su autor. En otra ocasión, antes del año, Damián había sido llamado por el jefe Toribio, para redactar un decreto laboral para toda la empresa. Esa tarea le correspondería a Om, como el secretario inmediato del jefe, y a Eugenio, como el inmediato y mano derecha en el mando. Eso había incomodado mucho a Damián, quien le había alegado al jefe que para eso estaban los dos mencionados. Además, esas eran sus funciones directas y específicas. El jefe le había contestado a Damián, que esos dos eran unos incompetentes y que no sabían ni siquiera redactar una simple carta. A Damián no le había parecido honesto ese comentario del jefe; pero de igual forma accedió a su solicitud, y procedió a obedecer y redactó el susodicho decreto. Al cabo de algunos días, en la cartelera estaba colocado el decreto, con las firmas del jefe, como el principal, y con la firma del secretario, Om. Cada uno de los empleados, igualmente, había recibido una copia del documento. En esos días se presentó un mal entendido respecto a una palabra en la redacción del decreto, pues uno de los súbditos alegaba que estaba mal escrita. El jefe no tenía elementos para contradecir al que hacía esa observación, e hizo llamar a Damián para que se careara con él, respecto a la palabra en cuestión. Damián dio sus razones y el jefe dejó discutiendo a Damián con Nor, que era como se llamaba el que estaba haciendo su anotación. Toribio se había retirado muy sutilmente, y ninguno de los dos se había percatado de manera inmediata de esa retirada del jefe, mientras se mantenían en sus alegatos. Cuando Damián se dio cuenta que estaba defendiendo lo que no debería estar defendiendo, porque quienes firmaban eran el jefe y su secretario, se sintió utilizado y burlado por el jefe. Serían ellos los que en todo caso, deberían estar defendiendo, pues eran los autores y los responsables. Entonces, Damián comenzó a tener miedo y desconfianza del jefe. Y empezó desde ese día, un cierto distanciamiento hacia él. Comenzaba a generársele a Damián, una especie de impresión sensorial de alerta hacia el jefe. Sus sentidos lo alarmaban y algo le decía en su interior que había que andarse con mucho cuidado en relación al jefe. Algo le titilaba en luces de anuncio inconsciente que el jefe Toribio no era de confiar. El sentido animal, tal vez límbico, de Damián lo ponían como frente a la luz del semáforo, que se colocaba en amarillo, y le indicaba que si pasaba el cruce era a riesgo, pues ya vendría la luz roja que le mandaría a que se detuviera. Ya la luz había dejado de estar verde, y su paso ya era restringido, y se pasaba a un estado pasajero de precaución. Si se pasaba con luz amarilla, había el riesgo y la amenaza de un accidente y de una desgracia. Se podía pasar, y no hacer caso de esa luz. Todo era imprevisible e impresagiable, a partir de esa señal colocada para mantener el orden. En eso consistiría el riesgo de esa aventura de no respetar las señales que el cuerpo le estaban mandando a su instinto de conservación. Damián se estaba colocando a la defensiva. Otro detalle que Damián recordaba y que tenía archivado en su memoria animal, era cuando en la segunda reunión grande de Toribio como el jefe, se habían reunidos todos en una finca alejada de la ciudad, para conocer y conocerse, y empezar toda la planificación. Había sido la segunda reunión, y había durado de lunes a viernes. Habían traído a un especialista de la capital para que diera algunas pautas durante esos cinco días. Ya había sucedido la primera reunión y ya se habían hecho todos los cambios de gabinete, y se habían removidos a los que desplazaban, y en sus puestos y lugares se habían colocado a Damián, a Eugenio, a Om, a Ant, a Hilk, y a otros y en otras funciones más. En esta segunda grande reunión de planificación se haría el plan de trabajo para un período de tres años, sujeto todo a cambios y modificaciones, si las circunstancias lo ameritaran. Después del almuerzo de cada día había dos horas de descanso. A eso de las tres de la tarde todos estaban otra vez reunidos en la sala de conferencias para la continuación de los temarios de la agenda. Algunos en ese espacio de tiempo, se iban a dormir la siesta; otros se iban a caminar y pasear por el espacio abierto de la sabana de aquella hermosa finca. El primer día de la actividad fuerte, que era martes, pues el lunes se había ido en llegar e instalarse todos, aunque ese mismo lunes en la noche se había dado de forma introductoria todo lo que se iría a tratar en el resto de los días… ese día, martes, a la hora del almuerzo, el jefe Toribio había invitado a Damián a dar un paseo en bicicleta, para después del almuerzo, en el transcurso de ese tiempo libre. Damián, a su vez, había corrido la voz y había invitado a algunos otros para acompañar al jefe en el paseo. Así se había formado un pequeño grupo improvisado de unos cinco o seis que irían a dar un paseo en bicicleta. Estaban entre otros, Ger y Rui. Fueron serpeando la carretera sin asfaltar hasta que llegaron al río. Hacía calor y las aguas frescas de aquella maravilla de la naturaleza invitaban a darse una zambullida. Damián fue el primero en despojarse de las ropas, y en solo ropa interior se metió al agua, retozando como el más feliz de los felices de la tierra. Lo siguieron Ger y otros dos más, que hicieron otro tanto, y en ropas que poco escondían, se dieron una disfrutada de reyes, sin ningún tipo de pudor y vergüenza. Se estarían unos veinte minutos en esos parajes de encantación. Se colocaron la ropa sobre sus cuerpos mojados, y se regresaron. En ese regreso volvía cada uno montado en su bicicleta. Cada cual había escogido la suya, y en esas regresaban. Damián no mantenía bien el equilibrio, y le costaba paladear en la semi-cuesta de regreso que tenían superar. A la ida, había sido fácil, porque había sido una semi-bajada, y no se necesitaba sino mantener el equilibrio en un impulso y fuerza naturales de la gravedad. Ahora que regresaban, la semi-bajada se convertía en semi-subida, y las circunstancias habían cambiado, aunque era la misma realidad, pero cambiantes de un antes y en un después. Antes, semi-bajaban. Ahora, semi-subían. Las circunstancias cambian de un instante a otro. Y en su caso, la realidad era que ese grupo estaba dando un paseo hacia el río. Y, antes estaban yendo al río, con las circunstancias de ese ir, que había sido relativamente fácil y sin complicaciones. Ahora, estaban viniendo del río. Y las circunstancias habían cambiado, porque en el venir implicarían fuerzas para pedalear con insistencia la bicicleta, sino habría que apearse de ella y caminar, pero empujando la bicicleta, e, igualmente requeriría más gasto de energía. Y ese paseo, que en la ida, era paseo placentero; en la venida, era fatigoso, pero elemento necesario de la misma realidad del paseo; pero en circunstancias distintas, porque ya habían cambiado los momentos. Simplemente así es todo. Damián se había tenido que desmontar de la bicicleta, pues en el ir, apenas había mantenido el equilibrio y había podido cumplir el objetivo de llegar; ahora, en el regreso, ni mantenía el equilibrio, ni lograba pedalear. Ahí también iba de regreso el jefe Toribio, quien había empezado a manifestarse incómodo con la bicicleta, de la que había empezado a quejarse. Es que no sirve el rache – decía. El rache que hacía girar la rueda trasera en su conexión con la cadena, le estaban resultando en malas condiciones para su pedaleo. Rui, enseguida había intercambiado su bicicleta con el jefe. Y el jefe tampoco podía mantenerse arriba del acero con ruedas que antes lo había transportado sin dificultad, y que ahora, en un cambio de circunstancias, porque ya no semi-bajaba, sino que semi-subía, entonces ahora, la bicicleta estaba mala. Había estado la anterior, y también la que le habían intercambiado. El problema no eran las bicicletas. El problema era el jefe Toribio, que en ese entonces ya tenía sesenta años, y por lógica no tenía condiciones, por los años y por falta de entrenamiento y de práctica, para poder pedalear con suficiente energía y fuerza el pequeño carruaje de impulso humano-mecánico, en donde la única fuerza impulsante no era sino la fuerza del que la montase, porque en eso consiste la única energía que mueve a una bicicleta. Ese detalle lo captó de inmediato, Damián. Y se puso un tanto alerta, al decirse que el jefe Toribio, era hombre peligroso del que había que tomarse todas las precauciones, y del que no debería confiarse. Había que andarse con cuidado, pues nunca asumiría y nunca daría la cara, cuando las circunstancias le cambiasen, y que se complacería en echar siempre la culpa a los demás y o fuerzas externas. Ese paseo habían colocado a Damián, en una especie de primera semi-expectación. Y ahora, que se estaba dando el caso de la supuesta palabra mal redactada en el decreto, y en el que Toribio no estaba dando la cara, sino que colocaba a Damián a defender lo indefendible con Nor… Eso colocaba a Damián a la expectativa. 

El jefe Toribio había ido mostrando esa característica en el transcurso de los últimos siete años. Y la había desarrollado. En otras oportunidades, Damián había redactado varios discursos consecutivos al jefe Toribio, y éste los había hecho como suyos. Eso iba aumentando el disgusto de Damián, quien empezaba a manifestar su distanciamiento. Con la escuela de formación que Damián había tenido la tarea de fundar y de colocar todos los fundamentos de creación, seguía manteniéndose. Pero ya Damián había renunciado públicamente en una reunión, como también había renunciado al cargo de secretario general del gremio. Damián en esas ocasiones fue considerado por todos los del gremio regional, como un hombre soberbio y orgulloso. Fue muy criticado por Espin, por Nor, y por Fer. Pero ya había renunciado. Fue colocado en su lugar, sobre todo en el del cargo de secretario general del gremio a Enr, quien recién había llegado y se mostraba muy querido por el jefe Toribio. En la escuela de formación fue asignado Eugenio, quien seguía siendo el jefe inmediato de Toribio, y era su mano derecha en el mando. Desde entonces, Damián empezó a ser ignorado por todos, empezando por el jefe Toribio, quien se había tomado las cosas como en un nivel personal. Damián empezó a vivir un calvario de sufrimiento desde entonces, pero se mantenía en su postura con gallardía. Cuando en las reuniones intervenía para emitir alguna que otra opinión sobre éste o aquel punto, buscaban ignorarlo y ponían en tela de juicio todo lo que decía. Buscaban desacreditarlo en todo. Eso hacía sufrir más a Damián. Pero se mantenía en sus criterios, y en sus diferencias. Algunos empezaban a mirar a Damián, como a un resentido. Sobre todo aquellos que se habían enrolado en el grupo de turno, en el mando y en el ejercicio del poder. Eugenio representaba parte de ese mando en ejercicio. En la escuela de formación, los que recibían las instrucciones sentían un gran decaimiento en los temas que se impartían, y no podían evitar las comparaciones. Damián se había caracterizado por el orden y la soltura con que manejaba los temas; y veían en Eugenio, mucha improvisación y falta de dominio de muchos puntos importantes. Fue en ese entonces, que Silverio fue llamado de la capital para venir a ejercer una vacante que había quedado, por un accidente sufrido por quien había estado en esa sucursal; y a su vez, Silverio fue asignado como director-continuador de la escuela de formación, en menos de un año, pues Eugenio se había declarado incompetente para ejercer esa última función y tarea. La escuela, sin embargo, seguía un descenso acelerado. En tiempos de Silverio se asignaron otros ayudantes, y en un año habían pasado diecisiete personas como co-directores y ayudantes de la misma, y se estaba a punto de declarar la clausura de la escuela. Eso tenía muy molesto al jefe Toribio. Pero no podía admitirlo públicamente, pues era reconocer con ello el gran peso que significaba Damián. Y su orgullo no le permitiría doblegarse, ni en lo más mínimo.

Fueron pasando los días. Fue removido de su cargo y desempeño Eugenio. No había desempeñado como se esperaba sus funciones de fundador de la nueva sucursal, que iría a ser independiente en todo. Ahí había sido un fracaso el trabajo de Eugenio, quien, ahora era desplazado de ser el inmediato del jefe Toribio, por Silverio, quien había regresado de la capital. Se estaba necesitando de gente que asumiera y que hiciera sentir que había mando y autoridad. Las cosas se estaban empezando a poner de mal en peor. No parecía haber brújula. Las esperanzas estaban cifradas en Silverio, que hasta esos momentos no había tenido mucha ingerencia en la empresa regional.

Silverio empezó, por entonces, a desempeñarse como el inmediato del jefe Toribio. El jefe empezó a delegar funciones en su nuevo inmediato. Silverio, por su parte, no decía nada propio, y ni siquiera se aventuraba a arriesgarse en tomar posturas en puntos concretos. Ante cualquier circunstancia que se presentaba complicada, decía que después iba a decir, y no decía nada, ni en ese momento, ni en el de después. Iban quedando, entonces, algunas cosas pendientes por saber y por hacer. Y empezaba a crecer un desencanto, pues se iba sintiendo que estaba faltando mando. La autoridad se sentía titubeante, y el mando se iba resquebrajando. La estadía de Silverio en la capital, le habían despertado sus deseos de escalar, por eso, ahora se cuidaba en todo. No decía nada que lo fuera a comprometer, y desde esa experiencia, todo lo resolvía con su carcajada bullera. Era una carcajada, como mecanismo de defensa, y era su forma de escabullirse. A todos los envolvía con esa carcajada, y le estaba empezando a dar muy buenos resultados. Todos lo seguían en su carcajada, y se dejaban contagiar de esa risotada, y cada vez quedaba ileso Silverio, ante cualquier peligro o amenaza. Empezaba a comprender que tenía que jugársela todas, y todo lo atraería a su favor, de manera muy sofisticada y sutil. Silverio, así, aparecía como un hombre muy jocoso y ocurrente. El jefe Toribio le habá asignado algunas tareas y responsabilidades de organización; y Silverio, había hecho varios planes y proyectos de trabajo. Contaba para ello con la ayuda de Arc, quien hacía las exposiciones visuales en videobeam, en todas las reuniones, donde se exponía cada organigrama de actividades hechas y por hacer. En las hechas, no se habían hecho ni el cinco por ciento, pero aparecían expuestas como grandes logros y éxitos. En las que se proyectaban como programa para hacer, quedaban en el esquema de proyecto porque no se realizaban. Todos, sin embargo, sabían que así eran las cosas con Silverio, quien contaba con el cien por ciento del apoyo del jefe. Silverio, siempre dejaba pendiente para la próxima reunión muchas cosas pendientes; e, igualmente, en la siguiente reunión; y así se iban acumulando muchas cosas por hacer y decir, y aclarar. Eso mismo iba generando un ambiente de dejadez y de interés. Algunos comentaban que si lo proponía y programaba Silverio, eso no se haría, precisamente por su espíritu y tendencia güabinosa. 

--¡Silverio es muy güabinoso! -- comentaban. Silverio iba así, perdiendo mucha credibilidad. Silverio, entonces, se amparaba en el recurso de que eso era lo que quería y había mandado el jefe Toribio. A veces el jefe, en plenas reuniones desautorizaba a Silverio, al decir todo lo contrario a lo que Silverio había dicho. Aparecía, entonces, la carcajada bullera de Silverio, y todo quedaba resuelto, y no se hacía conflicto. Todos, igualmente reían, e iban dejando pasar las cosas, sin ningún tipo de reparo, aparentemente; porque en el fondo de la realidad se estaba minando lentamente las bases de la credibilidad. Eso hacía que fuera creciendo un desasosiego y una especie de asfixia colectiva. Se iba generando un descontento cada vez mayor. Algunos se atrevían a comentarlo; pero todos se iban sintiendo amilanados. Había una especie de miedo y de susto. Damián, sin embargo, era el que algunas veces un tanto atrevido y colocaba en tela de juicio con sus críticas, opiniones y observaciones algunas de las cosas expuestas, dichas y propuestas por Silverio. En esos momentos de intervención de Damián, Eugenio y Silverio manifestaban un cierto grado de incomodidad. El jefe Toribio buscaba de manera abierta impedir que Damián interviniera, porque sus aportaciones desequilibraban las reuniones y los puntos de vista de algunos momentos. Pero, era inevitable que Damián se viera como en la obligación de hacer alguna que otra observación, en la que siempre terminaba teniendo la razón, y en la que el mismo jefe Toribio, terminaba reconociendo el acierto de Damián, quien se iba ganando la fama de ser contestatario. Sin embargo, todos estaban pendientes de sus intervenciones.

Los días fueron pasando y con ellos la gran sensación de vacío de poder. En los últimos tres años, las reuniones ya se iban prorrogando para fechas posteriores de las asignadas. A veces se llegaba a la reunión mensual como aparecía en agenda, y había la sorpresa que se había trasladado para otra fecha posterior, sin ningún tipo de aviso y sin ninguna información previa. Eso iba haciendo que se acrecentara el malestar. Cada año hacia el mes de octubre se realizaba la reunión más importante. Para esa reunión todos se iban una semana y en un lugar concreto permanecían durante todo ese tiempo. Se solía traer a un especialista en algún tema específico, y no se hablaba de otro punto, sino del que pactara el conferencista. En esos últimos tres años, no se habían realizado esas reuniones. Y la información era que cada uno escogiera donde ir, por su cuenta. Todo iba indicando que las cosas estaban muy mal. Estaba faltando organización, programación y mando, con sentido de equipo. Se sentía una sensación de desbandada, como en tropel sin rumbo. En el último de esos tres años, Grego había propuesto que fuera Damián quien diera esa semana de formación. Greg tenía un gran respeto y admiración por Damián, y sabía valorar y reconocer que, en cierta manera, Damián hacía un tanto la diferencia. Damián había accedido a la solicitud de su amigo Greg, y dio la formación, solamente a ocho, que fueron los que asistieron, porque los demás no sintieron la necesidad de asistir. A esa formación dada por Damián, asistió Silverio por encargo directo del jefe Toribio. En esa reunión, Damián presentó la idea de falta de liderazgo en la empresa, y salió a relucir la necesidad de organización. Ya en esos días había sucedido toda la historia de Lucas, y había sido reducido, como ya se dijo.

En los días inmediatos se corrió la noticia de que el jefe Toribio había sido hospitalizado por problemas de esquizofrenia aguda. Había sido Humb, el encargado de cundir la noticia. Humb en su manera un tanto agresiva de hablar siempre malponía al jefe, cuando tenía la más mínima oportunidad. Humb se expresaba mal de todo el mundo, y para él nadie servía, y todos eran unos incapaces y unos ineptos. Era un poco exagerado, pero en algunas cosas tenía razón. En el caso de la repentina enfermedad del jefe Toribio, Humb no estaba equivocado. Eso justificaba y explicaba el por qué las cosas estaban como estaban. No había mando, y quienes mandaban eran Silverio y Mateo. Así lo decía con su manera escandalosa de hablar, Humb. Se corrió, por entonces, el rumor que ante esa realidad de la enfermedad del jefe Toribio, había que declarar su incompetencia mental; y así como con el jefe Avi, se había solicitado el cambio por incapacidad, había que hacer otro tanto con Toribio. Esos momentos fueron de mucha turbulencia, y Humb parecía tener razón en todo lo que decía. Se decía, igualmente, que Toribio había quedado muy afectado por lo que había hecho con su amigo Lucas, y que se sentía culpable. Se decía que era su conciencia que no lo dejaba en paz. Se decía esas cosas y otras muchas más. Damián había asistido a la clínica y había hecho una visita al jefe Toribio, quien era atendido por su chofer. Damián pudo comprobar que el jefe Toribio tenía un tic nervioso en su ojo derecho, que antes nunca había tenido. Ese tic era un indicativo que la salud mental del jefe estaba complicada. Mientras tanto iban en aumento los comentarios de que era necesario declarar incapacitado al jefe Toribio, y que estaba faltando gobierno. Humb había empezado a exigir una reunión extraordinaria, y eso se fue convirtiendo en una exigencia cada vez mayor. No había tenido de otra que convocarse una reunión. La reunión la había convocado Silverio, quien haría las veces de jefe. En esa reunión se pretendió hablar de otras cosas, menos de la salud del jefe, y de lo delicado de la situación que se estaba viviendo. Casi al final de la reunión, Damián hizo una intervención y solicitó información respecto a la salud del jefe, y haciéndose eco de lo que se estaba diciendo y comentando, dijo que se decía que el jefe estaba loco. En ese momento se presentó una discusión terrible, y Mateo dirigiéndose a Damián empezó a decir algunas barbaridades, en reclamo por la falta de respeto de su parte hacia el jefe, que estaba ausente. Que eso era bochornoso – decía Mateo, y que era un abuso. Intervinieron, entonces, Valen, Humb, Guai, Lui, dando apoyo a Damián, y exigiendo que era necesario que se dijera la verdad. Intervinieron varios, unos para apoyar la necesidad de información; y otros, muy pocos, para pedir respeto por el jefe, que se hallaba ausente. La ausencia del jefe en la reunión era el alegato, para no hablar de la situación. Duraría unos cuarenta y cinco minutos aquella discusión. Damián fue considerado por algunos como de atrevido, especialmente por Grego. Mateo continuó el reclamo hacia Damián, que no estaba sino pidiendo información. Al final de la reunión, Silverio intervino diciendo que el jefe no estaba enfermo; pero que había estado internado en un centro hospitalario por agotamiento, y que había sido por precaución esa semana de reposo. Fue apoyado inmediatamente por Luig, quien siempre intervenía defendiendo en todo y para todo al jefe, en lo que fuera, así no hubiera motivo y razón para ello. Eso había sido en el mes de diciembre.

En el mes de enero, al mes, sucedió la primera reunión del año siguiente. Esta vez si estuvo presente el jefe Toribio. Se procedió a la lectura del acta de la reunión anterior, y Alvin, quien realizaba la tarea de secretario de acta, leyó con todos los pormenores lo sucedido en la reunión del mes de diciembre, sobre todo el último percance. Damián sentía que todo se le venía en su contra, y muchos continuaron mirándolo como el provocador y el contestatario de siempre. Según el acta, Silverio era quien había salido a defender y a solucionare el conflicto y el impace presentado. Entonces le tocó la palabra al jefe Toribio, quien empezó a maldecir de mil formas y maneras lo sucedido. Todas las miradas estaban sobre Damián, quien había sido el que había originado la discusión con su comentario. Damián se mantenía en silencio. El jefe había calificado de traidores y de ruines a todos los que habían intervenido solicitando información. La lectura del acta había dado todos los detalles de quiénes y cómo habían intervenido. Nunca antes las actas habían estado fieles a los acontecimientos de una reunión, como lo había estado esa en concreto. Daba la impresión que el acta había sido redactada en equipo, porque había varios estilos de redacción, en el detalleo de cada cosa hasta en lo más mínimo. Quedaba desmentido lo de la locura del jefe.

Las cosas van siguiendo su curso de forma natural, como la semilla que primero germina, después se enraíza, y de inmediato, pero de manera lenta continúa todo su proceso en la especie a la que pertenece, para ser fiel a todo un proceso de evolución, y poder ser más tarde, mataa o árbol frondoso, para mostrar sus flores y sus frutos. Fueron pasando los días, y en ese transcurso Mateo había recibido una promoción. Se resaltaban su lealtad y sus grandes servicios. Había que sumar en ese elemento curricular el trabajo realizado en la disputa habida con Lucas, y lo de ahora, en lo que respecta a la salud del jefe. Más que merecidos sus servicios. A los escasos seis o siete meses, el jefe Toribio comunicaba la noticia de la promoción de Silverio como jefe, asignación hecha desde las máximas esferas de la empresa y del gremio. El nombramiento venía desde el exterior, como mandato a cumplirse a cabalidad. Silverio recibía el máximo ascenso al que se podría aspirar y esperar en esa empresa y en ese gremio. Aquello había sido una gran noticia. Algunos estaban muy contentos; y otros, no tanto. El nombramiento y la asignación se harían en dos meses después de esa noticia, y sería un acto público a todo dar. Vendrían algunos de los jefes de otras ciudades a congratularse con Silverio. 

Todo iba bien. Silverio había ya tomado en el tiempo fijado su nombramiento. Y había asignado para terminar de realizar la organización de la nueva sede, en la que ya llevaba algún tiempo trabajando, y en el que Eugenio no había podido desempeñarse con éxito. Se comentaba que ese fracaso de Eugenio, le había costado el ascenso, que ahora estaba recibiendo Silverio. Silverio también sería asignado como adjunto y auxiliar del jefe Toribio, y estaría en las mismas condiciones de autoridad que Toribio, pero sometido a su mandar. Eso sería por muy poco tiempo, pues ya el jefe Toribio se estaba acercando a la edad límite fijado por las normas internas para desempeñarse como jefe. Había de suponerse que Silverio, no iría a ser el sustituto de Toribio, pues ya Silverio estaba asignado para fundar, crear, organizar y dirigir la sucursal independiente que tenía que fundar, como mandato. Algunos, sin embargo, comentaban que Silverio aspiraba ser quien reemplazara a Toribio, en su sede. Muchos comentarios se entretejían. Mientras tanto el tiempo que no perdona, iba devorando a grandes bocados las secuencias de los momentos de la temporalidad, que parece una lejanía cuando no nos percatamos de su frenesí abrumador y limitante. Eso iba sucediendo en todo y con todo, y Toribio no era la excepción, que a suma de días, se iba acercando a la edad límite que lo pondría en el centro de toda una historia complicada de contar, pero necesaria de referir. No llevaría Silverio, año y medio de su nombramiento y ejercicio de co-jefe, cuando a Toribio se le llegó el tiempo de redactar su carta de renuncia, pues ya estaba cumplido su tiempo. Se rumoraban muchas cosas al respecto, como si continuaría en el mando, en un gesto de gracia; como que se nombraría un jefe interino y provisional, mientras asignaban al sucesor; como que Silverio se haría cargo como administrador temporal, tanto de la sede que quedaba vacante, como de la que tenía a su cargo de fundar y organizar. Muchas cosas se decían. También muchas otras cosas estaban sucediendo, que aceleraban la toma de decisiones. Así, por ejemplo, Mateo estaba cometiendo algunos abusos y muchas injusticias en el desempeño de la autoridad y mando de la empresa. Se decía que el que mandaba en esas circunstancias era Mateo; y se estaba repitiendo la misma experiencia de los tiempos del jefe Avi, cuando éste había dejado todo a las decisiones y conducción de Mateo y Efrén. En el caso del jefe Avi, se había llegado al extremo necesario por las circunstancias de adelantar la renuncia. Ahora en el caso del jefe Toribio, no se quería ceder ni el más mínimo milímetro, y aún cuando se sospechaba de la salud mental de Toribio, no se asomaba bajo ninguna circunstancia su renuncia. Eso sucedía antes de que el jefe Toribio redactara su propia renuncia. Se decía y se evidenciaba que ese tiempo las cosas estaban muy mal. Se estaban cometiendo grandes injusticias laborales, y así se había llevado casi al extremo a Ger, a quien le estaban exigiendo que firmara su renuncia, sin derecho a ningún tipo de apelación. Ger se negaba y se mantenía. Estaba muy fresca la experiencia de Lucas, y Ger no quería ser la próxima victima. Ant ya había sometido y su situación había sido muy lastimera. Se estaba desarrollando un gran sentido de empresa y de sentido de gerencia, que en aquel gremio no era necesario. Ahí estaban los errores que se estaban cometiendo. Todos comentaban que era aplicación y realización de Mateo.

Es en esas circunstancias de esos momentos en que se sucede todo respecto al 403. Éste era el artículo sobre el que estaban discutiendo Nerio, Damián y Silverio. Se trataba de una concesión especial que le estaban otorgando a Silverio, en el manejo de la empresa. Y eso implicaba que el jefe Toribio, ya había sido declarado cesante en sus funciones, por la edad que estipulaba el reglamento. Toribio podía seguir gozando de unos meses más, pero no poseía ninguna facultad y ningún poder en el mando. Su presencia era figurativa. 


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