Capitulo 16

 



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Era necesaria una reunión para colocar todas las cosas en su respectivo orden. Esa reunión sería para el mes de diciembre. Todos se dieron cita, como era normal, pues se trataba de fin de nuevo año; y además, las cosas habían quedado muy caldeadas la última vez. Había que asistir para ver como irían a quedar las cosas. Silverio ya había sido promovido y ostentaba el título; y era la razón de ese nuevo cargo y función que había recibido la concesión de las “facultades especiales”. Silverio había colocado fechas en las que se harían los respectivos movimientos y traslados, y había colocado que se comenzarían a realizar desde el 20 de noviembre. Algunos de los que habían sido asignados para los traslados se negaban rotundamente, y alegaban todas sus razones. Se comentaba que todo era una excusa y pretexto para poder cambiar del lugar a Mateo; ya que Mateo era el objetivo principal. Algunos se alegraban de que así fuera, pues muchos tenían sus razones y motivos para querer, de alguna manera, desquitarse de Mateo, porque se habían sentido victimas de sus atropellos en el poder. Aunque en el caso presente de los últimos años de la administración del jefe Toribio, había algunas sospechas de que no había sido Mateo el autor y el ejecutante de muchas de las cosas arbitrarias sucedidas en contra de algunos de los súbditos de la empresa. Algunos decían que Mateo había sido utilizado, y que Mateo era sobre quien estaba recayendo muchas de las responsabilidades, siendo inocente, si no de todo, por lo menos de algunas de esas acciones. Pero, igual se alegraban que Mateo fuese removido.

La finalidad de la reunión era, entre otras, poner en claro en quién estaba el mando y el poder, y su ejercicio. Se suponía que Toribio no estaría presente; y en caso de que estuviera, estaría en segundo plano. Pero, la sorpresa estuvo, en que Toribio, si estuvo presente; y más aún, fue quien presidio toda la reunión. Se sentía, entonces y por momentos, que Silverio estaba siendo desplazado. Toribio habló por más de dos horas, de esto y de aquello, y se le oía muy coherente en todo lo que decía. En el momento de esos transcurrires de momentos se pasaba de una sensación a otra, como por ejemplo, que Silverio se había desbocado y se había equivocado en la puesta en práctica del uso de esas “facultades especiales”; como también, que no se haría efectivo el hecho de los cambios, ya que quien estaba marcando territorio en el poder y mando era Toribio, y que sólo el hecho de que fuera él quien estuviera conduciendo y llevando la reunión, eso era una ratificación de que el poder estaba en sus manos. La otra sensación era que había que esperar a que Toribio dejara de hablar. Por su parte, Eugenio se hallaba muy inquieto, y se le dibujaba en su rostro, una sonrisa burlona que trataba de disimular. Eugenio y Silverio se miraban y se hacían señales disimuladas con los ojos, como de que mirara a éste o a aquel. Los demás se hallaban a la expectativa. Mateo manifestaba una tranquilidad y una paz sorprendentes, porque se suponía que él estaría afectado, pues, parte de todo ese desbarajuste de cosas, se debían a él. Tal vez, él no tendría ninguna responsabilidad en todo eso, y por ello se le veía, y se hallaba tranquilo y sereno. En toda la primera parte de la reunión en la que Toribio estuvo hablando, nada hacía presagiar que las cosas se pondrían delicadas, pues Toribio habló de generalidades y de cosas varias, pero con mucha coherencia, sin embargo. En una seis o siete ocasiones refirió algo de traición, de ventajismo, de aprovechamiento, de ingratitud, de complot. Pero sólo refería esas palabras, y volvía a su discurso, un poco largo. La reunión había empezado a las diez y media de la mañana de ese día martes, y todavía era la una y media de la tarde, y Toribio estaba haciendo uso de la palabra. En la lectura del acta, antes de su debida aprobación con la levantada de mano correspondiente, como se hace en esas ocasiones, el jefe Toribio había hecho el reclamo y exigencia de que el secretario no había colocado todo el texto de la carta que había recibido, y que había leído en la reunión anterior. – Es necesario – dijo – que aparezca todo el texto de la carta, porque eso es parte de la historia de la empresa. Y después todos levantaron la mano, sin hacer ninguna objeción, quedando el acta aprobada. El secretario dio el derecho de palabra de Silverio, quien comenzó a divagar en un principio, hablando, igualmente de generalidades. Todos estaban atentos a lo que Silverio fuera a decir. De él dependería lo de la sonada de cambios y de traslados. Silverio, enseguida anunció que leería la lista de los cambios, antes sin dejar de nombrar la concesión especial de “la facultades especiales”, concedidas por la máxima autoridad, en la que se soportaba y fundamentaba para hacer lo que estaba haciendo. Silverio buscó las miradas de Eugenio y de Josegreg, quienes con un disimulado movimiento de ojos le afirmaban que tuviera ánimo y que lo hiciera. Éstos dos eran, entre otros, los asesores intelectuales de Silverio, respecto al artículo 403, y su concesión de “las facultades especiales”. Y volvía a aparecer su recurso de que él, Silverio, simplemente estaba obedeciendo a los que mandaban. Justo antes de que Silverio leyera la lista que tenía sobre el escritorio, el jefe Toribio pidió el micrófono para intervenir. El micrófono estaba en manos y en uso de Silverio. Silverio se resistió un poco y no quería dárselo. Toribio insistió, y en ese momento se presentó un pequeño forcejeo de palabras como en susurro entre Silverio y Toribio, donde se oía que Silverio le decía a Toribio, que por favor… por favor… Hubo entre ellos una especie de careo de miradas, como disputándose el mando y el poder en ese instante; pero Silverio cedió y le concedió el micrófono a Toribio. Enseguida, Toribio dijo que él no había aprobado el contenido de ese documento, y que no estaba de acuerdo con esos cambios, los cuales no contaban con su beneplácito y aprobación. Silverio, sin pedir micrófono alegó de inmediato, que él, Toribio, no tenía que aprobar absolutamente nada; simplemente, que él, Silverio, sólo estaba cumpliendo con un formulismo y que le estaba participando lo de los cambios. No le estaba pidiendo su aprobación, porque ya él no poseía esas facultades; sino que simplemente por caballerosidad le estaba comunicando y le había dado una copia de la lista. Nada más. Eso molestó sobremanera a Toribio, y sin esperar segundas oportunidades o que le dieran permiso, empezó a hablar de traición y de ingratitud. Gracias a él – continuó Toribio, era que Silverio estaba donde estaba, y que debería haber habido un mínimo gesto de respeto y de agradecimiento. Todos estaban atentos y en silencio. Había de suponerse que en ese momento, algunos provocarían la división, y que algunos tomarían partido, o hacia a Silverio, o hacia Toribio. Parecía que Toribio estaba esperando que un buen grupo se solidarizara con él; pero nadie manifestaba absolutamente nada. Sólo eran espectadores, aparentemente pasivos. Nadie se atrevía a pronunciarse; y hubiera sido una gran estupidez apoyar a cualquiera. Lo más prudente era mantenerse en sus aparentes impasividades. Se trataba de una punga por el poder entre ellos dos. Hablaría Toribio una media hora más en esa oportunidad de las diferencias. Volvió a tomar Silverio el micrófono y volvió a anunciar los cambios, y acto seguido empezó a leer la lista. El primero de todos era el de Mateo; el segundo el de Eugenio; el tercero el de Damián. Y así siguió una lista larga de unos diez y seis en total. Todos estaban en silencio escuchando aquella letanía de anuncio y de noticias oficiales. Una vez terminado de leer la lista, Toribio volvió a pedir el micrófono. Y ésta vez, Toribio alegó que impugnaría esos cambios en las instancias mayores, pues consideraba que esos cambios eran ilícitos e inoportunos. En esa ocasión, Toribio, dirigiéndose directamente a Silverio, y mirándolo fijamente como en un reto a muerte, le dijo que era un hipócrita, y un hombre de doble cara y farsante. Contó Toribio, entonces, que una semana antes habían hablado los dos, y habían llegado al acuerdo consensuado de que no se iría a leer la lista de los cambios. Contó que Silverio le había dado palabra de honor, y que así se haría, que no se leería la lista de los cambios, y que los cambios quedarían sin efecto. Silverio, mientras tanto se miraba con Eugenio. Silverio se mantenía en silencio. Todos estaban pendientes de los acontecimientos. Tal vez, Toribio, estaría esperando que alguno de los presentes se pronunciase; pero nadie lo hacía. Eso tenía más enfurecido a Toribio, que continuaba en su discurseo ofensivo. Aquello en ese momento era lastimero, y daba vergüenza haber llegado a esos extremos. Silverio, por su parte, en los días anteriores se había dado a la tarea de telefonear a cada uno de los empleados de la empresa, y les había pedido que no intervinieran para nada en esa reunión. Les agradecía que cualquier duda o cualquier pregunta, se la hicieran a él por separado, y que en la reunión no dijera nada, y a todos les había recordado que él tenía, por concesión especial, la atribución de gozar del ejercicio de “las facultades especiales”. Eso era lo que tenía a todos en un silencio rotundo, que atormentaba los nervios y las esperanzas de Toribio, quien a cada minuto que pasaba se hundía más con su discurso hiriente y humillante. Silverio, se mantenía en silencio, al igual que el resto de los que asistían a la reunión. La confusión seguía reinando, e, igualmente todas las dudas. Se esperaba que Silverio se desautorizara a sí mismo, y dijera que obviaran lo de la lista que recién había leído. Pero eso no sucedía. Toribio seguía en su defensa-ofensiva; aunque era más la ofensiva en su ataque despiadado. La reunión continuó. No hubo pronunciación. Se procedió, entonces, al almuerzo y nadie se atrevía a realizar comentarios de lo sucedido en la reunión, ya que todos estos estaban cuidándose de todos, y cualquier pequeño juicio, por muy insignificante podría trae complicaciones personales para el que emitiera alguno. 

La duda quedó reinante. De entre los que se sentían afectados por los cambios y remociones, cuatro hablaban de negarse a realizarlos. Los otros no estaban haciendo problemas, aunque no se negaba que estaban, igualmente, confundidos, porque quedaba por comprenderse y explicarse las condiciones de la aplicación de “las facultades especiales”, que era el tema principal del artículo 403. Muchos quedaron convencidos que Silverio había sido desautorizado por Toribio, y que Toribio era quien seguía al mando. Otros, de entre ellos Damián, era de la opinión que en nada Silverio había quedado desautorizado, ya que de haberlo sido, los cambios no se darían y no quedarían pendientes, como habían quedado por hacerse. Por otro lado, Silverio no había dicho absolutamente nada en desacreditarse a sí mismo. Por el contrario, había terminado diciendo para terminar la reunión, que después daría las fechas de los traslados, de los que todos estaban a la espera y a la expectativa.


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