Capitulo 17

 



(17)



El tema de la traición había quedado resonando en los oídos y en las mentes de todos. Se podía haber esperado un par de meses para hacerse todos los cambios. No había tanta prisa; y en caso de haberla, ¿cuáles eran los intereses y motivos que impulsaban esos cambios y traslados? Además, ¿eran impostergables y todo cambiaría si se hacían de inmediato? Habría de suponerse que todo sería para mejor, pero no se sabía en qué y para quiénes estarían las ventajas. Volvía aparecer la idea de estar obedeciendo órdenes de arriba, y esa era la insistencia del recurso de ahora al acudir a la sentencia de “las facultades especiales”. La idea de que se estaba obedeciendo y que se estaba cumpliendo lo mandado, volvía a surgir en el ambiente. Y ese recurso se iba convirtiendo en una barrera y un muro imposibles de superar. Ante cualquier alegato en contra, resonaba la frase “facultades especiales”. Y eso condicionaba y determinaba todo. No había ni razón, ni lógica verbal que pudiera contradecir, ni siquiera desmentir o desbaratar esa frase que lapidaba absolutamente todo. Todo sucumbía ante esa sentencia. No había nada qué hacer. Y esa postura era la trinchera en la que se sentía que se refugiaban para tener a todos sometidos en una especie de pánico. Sin embargo, por otra parte, estaba la consideración del agradecimiento por parte de Silverio hacia Toribio, quien lo había promovido e impulsado al ascenso del que ahora estaba gozando, y que lo hacía y mantenía en la misma condición de igualdad. En esta segunda faceta se podría ver un mínimo de gratitud, sobre todo cuando el motivo principal del ascenso de Silverio, estaba en que Toribio lo había promovido precisamente por su lealtad y su fidelidad. Así lo había resaltado en dos o tres oportunidades el propio Toribio, pues en palabras de Toribio, Silverio siempre había sido el fiel amigo leal y cercano, en toda circunstancia. Era ese su principal mérito para ser promovido. Lo interesante, estaba, por otra parte, en que nunca el jefe Toribio había resaltado las cualidades de Silverio, como la de la honestidad, o la de la sinceridad, o la de la justicia, o la de su espíritu emprendedor, o de su conocimiento del manejo de la empresa, o la de su nobleza, como elementos de resaltar en la escala de los valores que lo justificaran para que fuera acreedor y merecedor del ascenso. Todo lo contrario. Era, simplemente, su fidelidad y su lealtad lo justificante en la escala de elementos que le merecieran la subida en la escala social y laboral de la empresa y del gremio. Podría decirse, que sólo era asunto personal, y que era algo suyo o porque así lo quería el jefe, simplemente. Y por eso lo promovía. Por supuesto que volvía asomarse el doble recurso psicológico del jefe Toribio, del que siempre había sido y estado sometido. Por un lado, alababa y glorificaba a una persona; pero, por otro, esa misma alabanza, se iría a convertir en poco tiempo después en el instrumento para hundirla. Así había sucedido con Efrén, y con Lucas ; también se había intentado con Ger. Ahora estaba sucediendo con Silverio. Pero con la diferencia que Silverio se le había adelantado al jefe Toribio, y no le había dado ninguna oportunidad para que se diera el efecto del flujo y del reflujo, en la eterna cadena de los opuestos, que son naturales en todo proceso de vida. Ahora Silverio se estaba amparando y refugiando en la carta venida desde las altas esferas, en la que se le concedía exclusivamente a Silverio, “las facultades especiales”. Esa frase catapultaba todo posible intento de reflujo, y ahora era el propio Toribio, la victima de su propio recurso y manera. Se le habían adelantado en la estrategia, y se le convertía en su contra. Es cuando en esas circunstancias, se dice que el alumno supera a su maestro, y lo supera con creces. – ¡Perro viejo ladra echa’o! – había dicho alguna vez el jefe Toribio, alabándose a sí mismo en un momento de una estrategia diplomática a su favor. Y no es necesario que el perro salga corriendo para espantar al posible intruso en medio de la noche, sino que desde su cómoda casita que lo refugia y protege de la intemperie y de los espantos nocturnos, es suficiente con ladrar, sabiendo que cualquiera que intente burlar los muros de la propiedad, con ese ladrido, tendrá que salir corriendo al huir de una posible mordida de una fiera que sabe sus propias mañas y juegos que Damián la experiencia. En este caso, el jefe había querido ladrar echado, desde su comodidad y confort, pero su ladrido no había surtido ningún efecto atemorizador. Ya sabían cómo era el perro, y cuáles eran sus recursos y cuáles sus maneras y formas de asustar, que en verdad ya no asustaban. Silverio ejercía ese dominio sobre Toribio, y se le había adelantado. “Las facultades especiales” concedidas a Silverio, maniataban a Toribio. Porque esas facultades eran para aniquilar y anular a Toribio. Todo era función de esa realidad. Anular en todo sentido a Toribio. Los ladridos de Toribio, ya no asustaban. Ya no eran ladridos. Parecían aullidos lastimeros en una angustia de saberse sin recursos, al perder de una vez y para siempre el poder y su ejercicio. Y esa realidad daba tristeza y dolor, pues se estaba en una lucha de saber quién era el que mandaba, en un forcejeo grotesco, porque uno decía que todavía era el jefe; y el otro decía tener “facultades especiales”, con las que se anulaba el poder del anterior. Y ambos se amparaban en sus respectivas cartas recibidas de las mismas altas esferas, rayando en un litigio de competencias y de amenazas sin sentido, por falta de humildad de ambas partes, al no reconocerse mutuamente como líderes temporales, con tiempos y espacios transitorios y mutantes. No faltaba, sin embargo, la soberbia y el orgullo herido de uno; y la ingratitud y desconsideración del otro. En todo caso, se aumentaban las brechas del distanciamiento en un afán de poder. Uno de ellos podría reconocer el fin de su imperio; y el otro, podría esperar un poco más por su oportunidad, que se avecinaba vorazmente en un tiempo sin freno. Volvía a asomarse la idea de estar líder y de serlo.

Todo ese desenvolvimiento podría haberse complicado, si se hubiese creado grupos. Tal vez, los dirigidos y los súbditos estaban comprendiendo y ejerciendo que eran ellos los que estaban líderes, y no los jefes que pugnaban por mostrar quién mandaba.

Toribio, sin embargo, no dejó pasar la oportunidad para decir cosas realmente feas de Silverio. Pero ya no eran ladridos… Silverio, por su parte, seguía amparado en la concesión que le hacía la carta venida de las altas esferas del poder. Y su silencio, era la estrategia. Ya no hacía falta la carcajada bullera, pues estaba sobrando en esos momentos. Tal vez en sus adentros habría un jolgorio y una algarabía de risotadas…



Comentarios