Capitulo 19




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A finales del mes de diciembre, se corrió la noticia que Lucas estaba en la zona. Ya se le habían cumplido los tres años de sanción. Lucas estaba de regreso. Y eso aumentaba las expectativas. Se le sumaba a ese regreso de Lucas, la ineficacia de todos los intentos de doblegar a Anselmo, quien se mantenía activo, a pesar de que no tenía lugar ni puesto fijos. Todas las embestidas de Eugenio en relación a Anselmo habían sido inútiles. Eugenio había llamado a Anselmo para convencerlo de que lo más prudente, en su caso, era que firmara y renunciara a todos los derechos. Anselmo se había mantenido firme en su postura negativa. No habían sido nada fructíferos todos los intentos de doblegar la firmeza y postura de Anselmo. Por otro lado, Humb estaba siendo presionado por el propio Silverio para que adelantara su traslado. Silverio se había apersonado en las instalaciones de Humb y lo había amenazado con gritos y con imposiciones verbales para que corriera la fecha de su traslado para unos días antes. Humb le había expuesto todas las razones y motivos, y le había pedido que le diera chance hasta el 25 de enero; y que después de esa fecha él realizaría el traslado solicitado. Silverio había cedido y ambos quedaron que sería así. Pero a finales de diciembre, Arc había sido enviado por Silverio, con una carta exigiéndole que el traslado se hiciera el primero de enero, o a más tardar el 5 de enero. Entonces, Humb se molestó grandemente por la falta de palabra de Silverio, pues habían quedado como en pacto de caballeros que sería el 25 de enero. Humb fuera de control le mandó decir a Silverio con Arc, que, ahora, no iba a entregar nada, y que si quería que mandara a la policía o al ejército nacional, pero que de ahí tendrían que saEugenioo a la fuerza. Siguieron los chantajes y las presiones psicológicas por parte de Silverio y Arc hacia Humb, quien se mantenía firme en su postura frente a un poder que estaba resquebrajándose cada día más. Por otra parte, Marcos se atrincheraba en su puesto de trabajo, y decía que no se movería hasta que no asignaran al nuevo jefe, desde las instancias superiores, y que se sometería a su obediencia. Eso iba complicando más las cosas, ya que el traslado de Damián dependía del traslado de Marcos, pues Damián iría a ocupar la sede que estaba ocupando Marcos.

Iban pasando los días del mes de enero. En la capital estaban reunidos todos los jefes principales, y como era lógico, también se hallaban reunidos Toribio y Silverio, pues eran jefes principales; uno con “facultades especiales”, y el otro, con continuación en el poder hasta que se nombrara a su sustituto. Pero jefes, igualmente; aunque en pelea entre ellos.

Seguía pendiente por aclararse lo de la concesión de las facultades especiales de Silverio, que a todas-todas estaban pareciendo extemporáneas y fuera de toda lógica y razón. Sin embargo, todo parecía esclarecerse en la de interpretación del contenido de la susodicha carta. Todo se estaba tratando de una manera de leer su contenido, y de no haber sabido interpretar el sentido general que la carta contenía. El error parecía haber estado en la interpretación literal, y no del sentido de la misma. Eso estaba justificando todos los errores, cosas que su pudo evitar, si los asesores de Silverio hubieran sido otros, distintos de Eugenio, de Josegreg, y de Edu. Tampoco es que se trata de los asesores, porque cada cual es responsable de sus actos y decisiones. Es cada cual al que le toca su cadaunada, y a la hora de las pequeñas o grandes decisiones, son sus decisiones personales, independientemente de los criterios externos que se pueden tomar o desechar. Si se toman, la responsabilidad es de quien hizo las decisiones. Igualmente, si se rechazan. Volvía a suceder una crisis de valores entre “ser líder” y “estar líder”. Mucho menos se trataba de optar por un sí, o por uno; porque la vida no es o negro, o blanco; sino la mezcla de blanco y negro, en una escalada multiforme de grises. El “estar líder” descarta toda presión externa y se deja llevar por la vulnerabilidad de las sucesiones de momentos en cadena sin fin, que hacen que las circunstancias sean cambiantes, únicas e irrepetibles. A diferencia del “ser líder”. Tal vez los asesores de Silverio lo estarían presionando y conduciendo a que tendría que ejercer ese rol de líder, como el que se impone para ser dueño de la circunstancia; cuando en verdad, las circunstancias cambian en instantes relampagueantes. Y eso mismo lo llevaron a ser dueño de una circunstancia, que ya había sido, y que no se mantenía porque no había permanecido sino en fracciones de instantes consecutivos. La carta indicaba que las autoridades superiores le estaban concediendo a Silverio, “facultades especiales”. Y ahí estaba el problema de todo, pues se estaba evidenciando que Silverio no tenía facultades. Y las que le estaban otorgando eran “especiales”. Y eso agrandaba el problema, porque al no tener facultades para adecuarse a las circunstancias, que son cambiantes, y ya eso es especial; mucho menos se va a tener condiciones dadas desde el exterior, así haya sido otorgada por autoridades legalmente constituidas, para tener la capacidad de saber interpretar que los momentos ya han cambiado y que son distintos eternamente; pues es el movimiento constante y en evolución la ley de la naturaleza, haciendo que todo sea imprevisible e impronósticable. Esa es la diferencia del estar y ser líder. Y Silverio había caído en su propia manera de manejarse. Había caído en el jueguito que siempre había utilizado, en el de que él siempre estaba para obedecer al que mandaba, y que no era él sino quien cumplía. Eso mismo lo estaba aplicando con la carta que le había concedido la tan sonada frase de “facultades especiales”. Y un detalle que no había salido a esclarecer todo ese mundo complicado, era que en la carta que le habían dado a Silverio, le decían que tenía que ser conversada y dialogada con Toribio, el jefe inmediato, de quien dependía Silverio. Porque con todo de que Silverio tenía las mismas condiciones y derechos que Toribio, por pertenecer al mismo rango de la jerarquía, no se podía olvidar que Silverio había sido asignado como auxiliar, como adjunto de Toribio. La carta no decía que de manera independiente de Toribio, sino en dependencia de Toribio. Tampoco la carta tenía que tener esa explicación, pues era evidente que se suponía y era constitutivo y determinante la conexión con el que hacía que esas facultades tuvieran sentido, que era el hecho de su relación y dependencia estrecha y estricta con el jefe principal que era Toribio. Las facultades especiales tenían razón de ser, en conexión con el jefe vigente que aún seguía siéndolo. De lo contrario, a Toribio ya lo hubiesen depuesto y no le hubiesen prolongado el ejercicio del poder que detentaba. Aquí había estado el gran error de interpretación o de del contenido de la carta en cuestión, que aplicaba con gran inteligencia y atino el artículo 403. Y ya no era confusión del que generaba la carta, para ambos jefes, sino de interpretación y de aplicación en cada caso, con sus respectivas complicaciones como se evidenciaba, por entonces. Porque se podría pensar que el problema estaría en las altas esferas que estaban provocando un grave problema al dirigir dos cartas con aparentes contenidos contradictorios. El problema estaba en que Silverio había hecho una mala lectura y una pésima aplicación de su contenido, pues sólo se había quedado deslumbrado y maravillado con la sentencia de “facultades especiales”, y las fundamentaba en los tres puntos concretos en los que estaba concerniendo su terreno de aplicación. Toribio, por su parte, no había cedido ni un milímetro en la administración de la empresa, que según la carta, Silverio, estaba facultado, y que exigía que se cumpliera tal como lo mandaba la misiva. Pero Toribio no había querido complacer en ese punto y requerimiento de Silverio, que seguía empecinado en que se diera fiel cumplimiento, porque él, simplemente estaba obedeciendo órdenes superiores. Sin embargo, Toribio le había dejado a Silverio hacer la lista y le había dejado que la leyera en la reunión, no sin antes haberse reunido con él y haberle pedido que no hiciera ni la lista, como tampoco que anunciara los cambios. Pero Silverio estaba deslumbrado con la frase y sentencia de la carta, e iluminado por las luces de sus asesores que lo iban llevando a donde lo estaban llevando, en una estricta interpretación literal del texto, sin ningún tipo de acomodación e interpretación de la realidad. Se trataba de una adecuación fenomenológica, que no por ello iba a cambiar la realidad, pero que estaba llevando a un caos psicológico, emocional, social y laboral en toda la empresa y en el gremio regional de la compañía, pues los súbditos estaban evidenciando que en todo aquello había rasgos de una demencia y locura crónica, ya no de Toribio. No negaban, por otra parte, que en algunos momentos concretos, Toribio, había dado muestras de no estar del todo equilibrado emocionalmente; pero, en los momentos actuales de esa gran disputa y contienda, era Toribio el más cuerdo de todos. Y, por el contrario, Silverio estaba rayando en las fronteras de la demencia que generaban sus ansias de poder, que lo estaban llevando a una desastrosa y pésima sumatoria curricular. – ¡Man, es un zorro viejo! – decían algunos, en medio de las confusiones y desencuentros de los jefes en pugna. Las cosas no estaban claras, sin embargo. Pero se iban aclarando en el transcurso de los días.

Man, sí poseía “facultades especiales”. Pero en su aplicación, Silverio, estaba realizando una especie de golpe de estado, por una mala interpretación del contenido de la carta. Los males hubieran sido más y de peores consecuencias, si Silverio hubiera redactado la carta explicativa que justificaba esa concesión especial venidas desde las autoridades superiores, porque hubiera sido una comprobación de que Toribio no estaba en su sano juicio cuando tuvo la ocurrencia de proponer a Silverio para el ascenso al que fue promovido; pues Silverio carecía de ellas, así fueran externas y especiales, o concedidas en papel, como si esas letras fueran a imprimir el sello en su personalidad para tenerlas. El solo hecho de la propuesta de Toribio para elevar de rango a Silverio, era una prueba de la locura de Toribio. Los hechos lo estaban demostrando, y no le convenía para nada a Silverio buscar demostrar la falta de cordura de Toribio, ya que Silverio como jefe, era la muestra de ello. No debió haber estado en su sano juicio, ni en uso de sus plenas facultades mentales Toribio, cuando tuvo la idea de promover a Silverio, y al llevarlo donde ahora se hallaba. El comportamiento y postura de Silverio, estaban siendo la propia vergüenza de Toribio. Además, por otra parte ya estaba todo aclarado cuando en esa misma promoción y elevación en la jerarquía de su gremio, Toribio había insistido que era por fidelidad y amistad que lo estaba llevando a esas alturas… Ahora, simplemente se estaba comprobando que era necesario y urgente la asignación de un nuevo jefe, que veniera a poner las cosas en su lugar y puesto. Ese jefe no podía ser Toribio, porque ya su tiempo se había cumplido, y aún cuando parecía que se amparaba en un ejercicio de poder que no tenía, estaba mostrando que no estaba tan descuerdado como algunos pretendían decir. Y Silverio no podía ser tampoco el jefe, porque ya tenía, por una parte, la asignación de continuar con la fundación de la sucursal a la que estaba asignado y era heredero de Eugenio en ese trabajo, y que parecía no rendir y no tener mucho adelantamiento. Ambos habían estado en los mismos puestos laborales, y ambos eran sus propios continuadores. Y ahora se hallaban igualmente juntos en esa realidad del ejercicio del poder, uno como asesor y otro como asesorado; sin saber quien superaba a quien en disociación en la adecuación con la realidad del poder como tal, entendido como la gran oportunidad para imponerse, y no percibido y asumido como el gran compromiso de un servicio. Tal vez por eso eran que siempre andaban juntos, casi de manera inseparable, porque se necesitaban y se complementaban; y ahora, no era más que una confirmación de esa realidad. Por otra parte, Silverio estaba dando algunos pincelazos de que su cordura estaba colocándose en cuestionamiento. Tal vez, Silverio estaba utilizando demasiado el color amarillo en los lienzos de su historia y de su presente, y se había olvidado, tal vez por distracción, o quizás porque era el color que su naturaleza le estaba llevando a usar con más frecuencia en la obra que estaba plasmando, y que lo iría a eternizar para la posteridad. Es el color amarillo el preferido, por los que de alguna manera están tocados en sus cerebros, en un grado de demencia. Tal vez sin darse cuenta de ello, estaría encontrando proyección y prolongación a través de ese color, con el que estaría encontrando identificación. Tal vez sería la exuberancia y la alegría que contagia ese color lo estaban llevando, sin tener conciencia de ello, a experimentar el placer de ser el que se tiene el poder. Tal vez, el poder tendría en su cerebro, en esos momentos concretos, la brillantez y la luz embriagadora que da el amarillo, que se reflejaban en sus prendas externas de vestir. Tal vez por eso el oro, que es de color amarillo brillante, sea lo primero que usa como atuendo todo aquel que quiere mostrarse superior o como jefe, como el que tiene el poder. Sin ser conocedores de todo ese engranaje psicológico, el mismo día en que Toribio anunciaba que Silverio había sido elevado a rangos superiores de la escala social y laboral del gremio, en la reunión habida en ese día, Toribio se quitaba un anillo de oro de su mano y se lo daba a Silverio, y le daba la bienvenida en la jerarquía de los jefes. Ya Silverio cargaba un atuendo en su pecho de color amarillo brillante y ostentaba ser poderoso, y se le sumaba, ahora, el anillo que lo acreditaba como jefe reconocido y avalado. Eso mismo llevaba a cuestionarse sobre la relación existente entre el poder y el oro, pues siempre ha existido esa conexión en que una coronación de cualquier índole tiene que ser de oro. Tal vez sea por la relación psicológica con el color amarillo, que deslumbra, alucina y exacerba sentimientos y sensaciones paradisíacas, que hacen que todos los coronados o premiados sean visto como dioses, o iguales a ellos en poder y fuerza. Eso mismo hace que todos busquen disimular sus prendas y joyas con el color amarillo, no tanto porque sean o no de oro, sino porque camuflan el amarillo que activa el cerebro en relación con el poder. Tal vez haya en esa conexión un enlace animal e instintivo o límbico que nos dispone a imponernos, como una afirmación constante del macho alfa, que todos tenemos dentro, y que el color amarillo nos aflora de manera silenciosa y poderosa, a través del sentido de la vista, para hacernos más erguidos y grandes en la imposición de una presencia autoritaria. Tal vez sea ese mismo color amarillo en el que todos buscan refugiarse y ampararse como poderosos, la muestra de todo lo contrario. Y sea, entonces, el amarillo la señal de una debilidad mental y de desventaja cerebral, que raye en el muestreo de un principio de locura, dependiendo de la afectación en la inclinación por el amarillo, que en este caso se encuentra disfrazado en todo lo que tenga que ver con el oro y su color. El caso es que Silverio hacia uso de prendas de oro; y era la que le colgaba del pecho de dimensiones exageradas en su ostentación, que ahora hacían juego y complemento con el anillo que portaba en su mano derecha. Tal vez ese amarillo que reflejaba el oro en su mano y en su pecho, le ayudaban a conectar las infinitas ramificaciones de su cerebro con la exquisita sensación de poder, en experiencias orgásmicas nunca antes sentidas, pero descubiertas ahora con el placer de saberse, conocerse, verse y sentirse jefe. Tal vez en ese momento había faltado el chasquido de dedos, o el palmoteo con las manos, o el chiisss producido por la boca para desbloquear el cerebro que estaba tomando caminos caprichosos. Pero para eso era la presencia de sus asesores; y ahí estaba Eugenio, quien en vez del sonido inoportuno, alimentaba ya su cerebro cada vez más sensible hacia todo lo que fuera de color amarillo, o se le pareciera, porque el amarillo no era más que la misma representación y encarnación del poder, del que ya estaba disfrutando. Por eso, tal vez, era que ahora había que hacer los cambios, porque era poderoso. Y hasta el mismo jefe-jefe tenía que estar sometido, simplemente, porque ahora, Silverio, tenía “las facultades especiales”, que lo llevaban a obviar que esa concesión estaba limitada y determinada y eran en dependencia con Toribio. Lo que hacía confirmativa esas facultades era precisamente la existencia del jefe Toribio. Si no estaba Toribio, como jefe, esas facultades quedaban de adorno para colgar en una pared de museo. Silverio, tal vez, tendría mucho amarillo en su corteza cerebral, y no podía ver que esa era la realidad. En eso consistió su error, que no fue más que de interpretación. Pero con consecuencias insopechadas.



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