Capitulo 2
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Alber había saboreado la amargura de la estrategia de Silverio. Alber había quedado totalmente aniquilado. Para Silverio, Alber representaba la competencia. Y no se le presentaba otra gran oportunidad que esa, en ese momento del cambio de puesto en el trabajo de Alber. Silverio con sus maneras había utilizado toda su artillería para no dejar desperdiciar esa gran chance de saborear que el poder le podía producir como especie de orgasmos. La adrenalina que su cerebro experimentaba, y en esa vez con mayor intensidad, no la había experimentado nunca antes. Era una experiencia totalmente nueva. Se trataba como de una nueva especie de droga descubierta por sus sentidos. Ya su cerebro había quedado extasiado, y desde ese momento no daría tregua ni descanso para buscar la manera de volver a sentir esa experiencia alienígena. Era arrebatadora esa sensación. El poder lo saboreaba en su más cruel esencia. Era sentirse dios, al que todo se le estaba permitido, y al que no había fuerza que se le opusiera. Silverio desde ese momento de la aniquilación de Alber, había descubierto que era dios. Todo lo podía. Pero, siempre bajo el subterfugio de la obediencia a los jefes.
Alber había cometido un grave error, que consistía en no haber aceptado el traslado de puesto.
-- He estado consultando a algunos otros jefes – decía, por entonces Alber – y me dicen que esa manera de actuar en mi caso es contra toda normativa de la empresa. Y decía los nombres de los que había consultado. Lucas se había hecho asesorar por muchos que tenían experiencia, o por lo menos deberían haberla tenido. Ahí estaba el ensanchamiento de su gran error.
-- Todo le favorece, me dijo Cipriano, quien era jefe de otro sucursal independiente y autónoma. Pues Lucas se había hecho aconsejar y había seguido al pie de la letra lo que le recomendaban, y se había declarado como en una especie de huelga de hambre, para protestar la gran injusticia cometida contra él. Eso era terreno abonado para las intenciones de Silverio, que dejaba pasar el tiempo con gran astucia. Con ello, Silverio, ganaba espacio para envolver al jefe inmediato, al que le hacía ver como una gran desobediencia y deslealtad la postura tomada por parte de Lucas.
-- No quiere someterse y no quiere obedecer – le había comentado en su oportunidad Silverio a Toribio, el jefe. Con ello el jefe se iba agrandando en su reforzamiento interior de sentirse jefe, y también sentía la fuerza de serlo. En eso consistía la estrategia de Silverio. Con sus carcajadas bulleras le celebraba todo al jefe; y el jefe se sentía apoyado. Su ego se iba agrandando. Eso era el resultado de las carcajadas de Silverio, que iban robusteciendo más las raíces de una personalidad aparente para el jefe, para su desgracia posterior.
-- ¡Usted, me va a perdonar! – había continuado Silverio en su intención de indisponer a Toribio, pues Silverio sabía que podía manipular al jefe. Ya lo había logrado algunas veces anteriores. Pero, ahora, volvía a hacerlo con una mayor sutileza para hacer ver que la pelea de poderes estaba directamente declarada entre Lucas y el propio jefe.
-- ¡Usted es el que manda! – había sasonado un poco más la situación Silverio – No se puede dejar que usted se sienta desautorizado. Eso sería gravísimo, porque sería crear un precedente… Así Silverio había conseguido llevar esa divergencia al plano de la rivalidad personal. Y en este punto de la pelea entre Lucas y el jefe, se había traspasado todas las fronteras del respeto y del agradecimiento humano.
-- Eso no es muy importante – había alelgado Toribio.
-- ¿Y su autoridad cómo va a quedar? – refutó Silverio.
-- Pero, es que somos muy amigos y él es especial… Tú lo sabes… Tú lo sabes – y ya se empezaba a notar que Toribio estaba cediendo en su debilidad frente a la convicción de Silverio. Definitivamente el jefe tenía muchos elementos, hasta ese momento, para estar agradecido del acompañamiento de Albet, quien siempre había sido fiel, en todos los sentidos de la comprensión humana. Gracias a Lucas, el jefe había logrado todas las mejoras y remodelaciones de la empresa, tanto administrativamente como de imagen. El propio Lucas le había diseñado la refacción de su residencia, y la había transformado de un laberinto a una estancia acogedora. Todos aprobaban con gran satisfacción las ideas puestas en práctica de Lucas. Todos le reconocían su espíritu agudo para estar al día en todo. La misma aceptación regional del jefe era obra de Lucas, quien buscaba siempre granjearse la simpatía de todos los entes en beneficio del jefe. Así se lo hacía sentir el mismo jefe, y Lucas sabía lo importante que era su influencia.
-- ¡Usted se imagina que después cualquiera se puede amparar en esa desobediencia de Lucas …! Esto puede ser un desastre – seguía con sus insistencia Silverio.
-- ¡Tú tienes razón…! ¡Tú tienes razón! – argüía inseguro Toribio las razones de Silverio. Y Toribio en en esos momentos de la crisis de comunicación entre el jefe y Lucas, el jefe estaba comenzando a hacer en su mente una especie de tabula rasa, para borrar todo recuerdo de bonita conexión y de relación interpersonal entre los dos. A tal punto, era el trabajo de la astucia de Silverio. El trabajo consistía en colocar un interruptor en ese pasado memorioso en la mente histórica del jefe; Silverio lo estaba consiguiendo.
-- ¡Pero no sería justo que me muestre desagradecido, con todo lo que ha hecho! – siguió diciendo Toribio, pero ya sintiendose en el terreno de la duda y de la indecisión frente al amigo, y frente al hecho del poder; pues el jefe estaba siendo manipulado, y no lo sabía. En su personalidad vulnerable y frágil, el jefe se estaba dejando llevar por la sabrosura del cortejeo dulzón de la palabra aduladora e interesada. Y estaba siendo sometido al efecto lento pero eficaz del veneno de una mordedura, apenas imperceptible, pero igualmente mortal. Ya ese veneno le estaba lacerando el cuerpo, y el primer miembro del mismo había sido un dedo del pie, al que había que aplicar amputación. Pero el veneno ya estaba irrigado en su sistema sanguíneo, y estaba haciendo su trabajo. Lucas podría verse como el primer miembro amputado. No se percataba de ello el jefe.
-- ¡¿Y qué van a decir los otros jefes, después?! – seguía Silverio en su tarea de doblegar al jefe al terreno que le estaba abonando;, pero el orgullo de Toribio recién estimulado no le permitía ver la gravedad de la situación. No se daba cuenta de pisotear a su amigo Lucas, y de hundirlo hasta la más pasmosa miseria. Se había pasado a la controversia personal. Aquí estaba el trabajo de la astucia de Silverio, quien había conseguido ver que las cosas eran de esa manera. Y así no eran. Silverio no podía bajo ninguna circunstancia dejar perder esa gran oportunidad. Todo estaba a su favor. Las cartas estaban echadas, y había algunas debajo de la manga del jugador astuto y versado en el arte del juego del llevarse a quien se atreviera a ponerse en el lado opuesto de sus intereses. Lucas estaba en la cera del frente, y representaba un enemigo a vencer. Ahora estaba en la mira, y no se podía errar el disparo. Lucas estaba herido, y esa herida era provocada de manera más honda, por la ingratitud que sentía por parte del jefe. Jamás, Lucas, hubiera pensado llegar a esos extremos.
-- ¡Hay que pensarlo…! ¡Hay que pensarlo! – decía Toribio en medio de una gran confusión.
Los oídos se endulzan con las palabras bonitas. Más si estas palabras son una lisonja y una adulación.Las carcajadas de Silverio eran su lisonja y su adulación. Lograban un efecto ablandador, y el jefe se venía acostumbrando al repiqueo en sus oídos de ese jolgorio envolvente que le daban descanso y apoyo; y lo robustecían en una personalidad que no tenía. En eso consiste el encantador embrujo de la palabra susurrada que elevan en nubes etéreas, sobreelevando toda realidad a alguna dimensión paradisíaca existente en tiempos y espacios de egos debilitados en su esencia, pero agrandados en momentos escurridizos que se escapan en parpadeos realistas y que nos vuelven a la rudeza de la verdad de la tierra dura, árida, desértica y desolada de una verdad de solitarios. No es la soledad ni el contacto realista con la vida, campos para la lisonja. Es el vacío y la vaciedad sus mejores terrenos. En ellos crece y se robustece y se retroalimenta con una fortaleza sin raíces, que enferman el alma y entorpecen el entendimiento y con ello todo sentido de razón y de razonamiento lógico, para llevar a quien lo experimenta a la amargura de una toma de conciencia que recrimina, pero que agigantan más los abismos de la realidad con los de la fantasía. El que experimenta la lisonja, y a la vez es su víctima, prefiere el embeleso de un mundo imaginario en el que se regodea y se divierte. El jefe, se hallaba en ese mundo imaginario. Se sentía jefe. Ya lo era. Pero, ahora, sentía serlo; y se veía en la obligación de ejercer ese derecho. En eso había consistido el trabajo de la carcajada de Silverio. Habían llevado al jefe a un mundo sin fronteras y sin restricciones. Pero no se percataba que estaba entrampado en su propia esfera de aire volátil, como suspiro que no hace que por mucho que se suspire, se haga realidad concreta y palpable idea alguna. Es aire que se escapa.
-- ¡Creo que tienes toda la razón, chico! – parecía concluir Toribio, después de un profundo suspiro, y con ello jefe se estaba olvidando de la realidad. Lucas había sido parte de su realidad concreta. Pero, ahora empezaba la tarea de ignorarlo y de pisotearlo, al olvidar lo que Lucas significaba para él.
Silverio sabía del efecto de su carcajada. Y volvía a reír. El jefe volvía a tener necesidad de la carcajada de Silverio.
Lucas, ya era presa y victima real del trabajo realizado en el efecto de la carcajada de Silverio. Lucas estaba empezando a ser llevado al extremo de la ruindad, y se quedaría inicialmente sin trabajo.
-- ¡Yo creo que sí…! ¡Yo creo que sí! – había dicho Silverio, sabiéndose que el campo que estaba preparando estaba listo para abonar la semila que ya se había sembrado. Solo era cuestión de tiempo y paciencia, para cosechar lo sembrado. Ahora se trataba de usar la eterna excusa de obedecer siempre al jefe, y llevar a Lucas a la renuncia total e irrevocable de todos sus derechos. Para ello tendría Lucas que sucumbir al chantaje y a la amenaza de un procedimiento con la justicia civil, para que rotundamente y sin apelación posible, firmara a la renuncia de sus beneficios laborales. Había que llevarlo a la miseria.
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