Capitulo 4

 


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El jefe tenía quince años desempeñando la tarea de jefe en esa región. En un comienzo parecía que todo iba bien. Se había hecho asesorar en algunas cosas de Damián. El jefe había nombrado a Damián de secretario general de las reuniones de las empresas, y estaba a su cargo la tarea de redactar las actas de las reuniones. Esa tarea Damián la había desempeñado con una agilidad sorprendente y resaltaba todos los detalles de las reuniones habidas. Cuando Damián leía en la siguiente reunión el acta de la reunión anterior, todos los que estaban en la sala de reuniones disfrutaban con el estilo fresco y rápido de la redacción de Damián, para dibujar con detalle cada elemento y circunstancia sucedida en la reunión.

-- ¡Muy buena… muy buena! – decía el jefe al terminar la lectura de cada acta de la reunión anterior, leída por el proio Damián. 

 Por lo general después de cada lectura del acta correspondiente todos los asistentes terminaban aplaudiendo a Damián. El jefe se sentía muy contento y agradecido de la versatilidad de Damián, para esos menesteres y servicios. También el jefe le había asignado de manera secreta y en privado a Damián la tarea de redactar sus discursos para algunos eventos, en donde el jefe tenía que hablar. 

-- ¡Que nadie sepa! -- le había dicho el jefe a Damián, de que era él quien le preparaba sus discursos. Damián no hacía problema por eso. Los preparaba con su soltura y ligereza. Se resaltaba lo actualizado y la puesta al día de todo lo concerniente a los temas de vanguardia. Esa era una de las características de Damián, pues estaba al tanto de todos los avances en relación a los de la empresa. Tenía fama de ser un hombre muy instruido en esos y en algunos otros temas, a los que dedicaba mucho tiempo de estudio y lectura. No era un conocimiento fortuito, sino fruto y consecuencia de dedicación y espíritu crítico. Era ese espíritu crítico su mejor rasgo a resaltar. Cuando Damián hablaba de este o cualquier otro tema que le interesara, no había quien le llevara la contraria, sino sólo para complementarlo en lo que hubiese dicho. Damián hablaba con facilidad de esos temas, y con un dominio sorprendente, que a todos dejaba sorprendidos. Así como el jugador estrella de futbol hace ver muchas de sus jugadas como una gran simpleza, por su virtuosismo en el arte de dominar y hacer malabarismos con el balón, en el momento de fintear o de regatear al contrario con un juego de cintura, y pasar al metro siguiente y avanzar en contra de la portería contraria en la terrible amenaza del gol y conseguirlo, con una naturalidad impresionante… así era Damián en esos temas. Lo hacía con tanta soltura y elegancia naturales, que parecía más bien, como una simpleza lo que estaba haciendo. Algunos intentaban hacer e intervenir con la misma naturalidad y buscaban ridiculizar a Damián, mostrando que eran capaces de hablar con la misma propiedad y dominio; pero no lo conseguían. Como el espectador en el stadium, o el televidente en su casa a través de la pantalla del aparato de televisor, ve como simple y sin ningún tipo de dificultad lo que está viendo en ese preciso momento, en la jugada maestra y sorprendente del jugador que admira y que hace la diferencia de los demás jugadores; así sucedía con Damián. Al igual que con el que sabe tomar unos pinceles y plasma en un lienzo muerto unos trazos finos de coloridos vívidos una idea loca de algo que sus fibras perciben, y le gritan que transmita como idea para generar con ello una obra de arte espectacular. O como el que tiene bien afinado los oídos con la garganta y hacen un equipo armonioso al producir un canto rítmico y melodioso en la letra de una canción. O como el que toma con agilidad y encanto una guitarra y hace como si sus cuerdas hablaran al hacer unísono un chasquido de ruidos en una armoniosa pieza musical, para encanto de los oídos y embelezo del alma, en un sueño pasajero de viajes por mundos encantadores, inducidos por la poesía musical y de ideas exquisitas y sublimes del que hace que la guitarra sea un instrumento maravilloso. Damián, a su manera, hacía que todo fuera fácil y sencillo, sobre todo cuando hablaba de esos temas. Generaba, por supuesto, el recelo del que escuchaba, al igual que el escucha al que canta con naturalidad y dominio, pero que no puede hacer otro tanto, por no tener los mismos dominios naturales, tras la depuración de ese arte, para lo que se requiere esmero, dedicación y mucho tiempo. No es como en ciencia infusa, pues la ciencia infusa no existe, sino en la imaginación misticoide y evasiva del que no quiere gastar en energía en la adquisición del conocimiento y la pericia de lo que quiere dominar por naturaleza, para lo que se exige tiempo y dedicación.

Damián había desempeñado en un muy bajo perfil la tarea de asesorar al jefe. Por lo menos era el que en los primeros tres años le había escrito todo sus discursos, desde el más insignificante, hasta el de más envergadura; y si eso se podría calificar de asesoramiento. Siempre aparecía el jefe con su gama de conocimientos y hacía un poco de alarde de su gran bagaje de actualización. Sin embargo, Damián había comenzado a distanciarse del jefe, pues había empezado a darse cuenta que estaba siendo utilizado. No sabía precisar qué objetivos ni qué metas tenía el jefe en sus aspiraciones personales y laborales; pero, en todo caso estaba ganando puntos con conocimiento ajeno. El jefe era de esos hombres que escalan colocaciones y puestos laborales con los trabajos de los demás. Son los demás los que hacen todo el trabajo, y los méritos se los llevaba él. De niño en la escuela, las tareas las hacía la mamá, y las calificaciones se las ponían al niño. Y así había sido sobresaliente en todo. Cuando las tareas no se las hacía la mamá, eran sus compañeritos de salón los que le ayudaban o le hacían la tarea completa. Había sido así en todo. Algo de eso venía sospechando Damián. Era sorprendente la habilidad del jefe para leer los discursos, y había en ellos un caudal de conocimientos en muchas materias, más de las concernientes a los del manejo de la empresa. En los discursos hablaba con tal propiedad y dominio de los temas en cuestión. La diferencia se notaba cuando dejaba los papeles de lado, y se trataba el mismo tema sin la intermisión de los papeles y en discurso; entonces, el jefe se contradecía con lo que había leído. Eso empezaba a no gustarle a Damián. Porque se trataba de honestidad y de congruencia. En este punto, Damián, sentía que estaba siendo utilizado. Además, Damián, no se sentía valorizado. Porque se estaba presentando una faceta de la empresa, que en verdad no era, por lo menos, por parte del jefe. Así, en dos ocasiones Damián había hecho los trabajos de dos de los inmediatos del jefe. Uno de ellos era del secretario de oficina, y otro había sido del inmediato al jefe. La excusa que había utilizado el jefe era que ellos no sabían ni siquiera escribir bien. Por eso el jefe acudía a Damián, para que Damián fuera quien hiciera esos trabajos. Damián los había hecho. Pero esa manera del jefe de hablar mal de sus dos inmediatos, empezó a hacer en Damián un trabajo de desconfianza, que fueron minando su aprecio por el jefe. Estuvo tentado de pedirle que lo colocara a él en uno de esos puestos, y que se dejara la farsa. Pero, Damián, se había contenido en su impulso para evitar que se viera esa petición como un afán de escalar. Damián, en todo caso, tenía méritos de sobra para desempeñar esos dos cargos juntos. Mas no quería sentirse arrogante. Esos detalles hacían que algunos de los de la empresa vieran a Damián, como el autosuficiente y el aventajado, porque se desenvolvía con mucha naturalidad en esos campos. Era justamente su preparación y sus conocimientos, lo que lo hacían diferente, y algunas de las veces superior. Lo era.

Damián había empezado la firme tarea de distanciarse del jefe. Tenía sus motivaciones. El jefe le estaba generando incomodidad. El jefe seguía, por su parte, actuando con toda la normalidad y había pretendido en unas ocasiones más utilizar los servicios de Damián, en relación a la redacción y elaboración de sus intervenciones. 

-- ¡Creo que ya no voy a poder seguir preparando sus discursos y demás apuntes! – le había dicho, entonces, Damian al jefe. Damián, firme en sus convicciones de las que no tenía sesgo de colocaciones nuevas, le manifestó en esas veces seguidas que no contara más con él para esos servicios. El jefe nunca había pensado que Damián estuviese hablando en serio. Y en dos o tres oportunidades, el jefe recibió la fuerza negativa de un no perentorio y absoluto en algunas asignaciones. 

-- ¡Pídeme lo que tú quieras, y te lo doy! – le había dicho el jefe a Damián buscando una especie de convenio. El jefe había caído en la bajeza de la negociación, y le había pedido a Damián que le dijera en qué lugar de la empresa quería trabajar, y lo colocaría. Simplemente que se lo dijera, y así se haría. 

-- ¡Díme si quieres que te cambie de puesto y te coloque en un sitio mejor! ¡Dímelo! – había insistido el jefe. En esa ocasión, Damián, sintió pena por el jefe. 

-- ¡Voy a pensarlo! – dijo Damián. Y no negoció. No dijo nada y no propuso nada. Se salió de la oficina del jefe manteniéndose en la negativa de no hacer ni la propuesta del puesto del trabajo, ni realizar la encomienda que le asignaba. Damián era partidario y de la filosofía de que los puestos laborales y sus asignaciones en puestos de altura, no eran negociables. Era de la convicción que todo se trata de valorar al personal, y de reconocer de manera espontánea sus propios méritos y facultades. Las facultades individuales no son carta acumulada para negociar colocaciones mejores, sino de manera natural. No es porque una persona esté asignada para un puesto en concreto, significa que tenga los conocimientos y los potenciales para ejercer sus funciones. No son las promociones externas las que deben prevalecer en beneficio de sus ejercicios. Los desenvolvimientos ineficientes de los dos inmediatos en la administración le estaban dando la razón a Damián. El secretario, ni siquiera sabía redactar una simple carta, pero detentaba el cargo de secretario, y así aparecía al pie de cada documento redactado, donde aparecía la firma y el sello del secretario. Varias veces, el jefe había llamado a Damián para que escribiera una carta de la oficina, porque el secretario no sabe ni siquiera escribir a máquina. Así se lo hacía saber el jefe a Damián, en esos encargos. Muchas veces, Damián, había accedido a la petición del jefe. Pero a Damián, eso le venía pareciendo poco honesto; tanto del jefe, como del secretario. Le parecía más deprimente el hecho de que el jefe se manifestara así de su secretario. Y más bajo todavía, que el propio secretario apareciera firmando algunas de las cartas en cuestión. Porque Damián en eso había sido muy respetuoso de la escala, ya que colocaba al final el lugar y el espacio para las firmas, tanto del jefe como del secretario. Damián fue comprendiendo que estaba haciendo el papel del muchacho tonto. Los méritos eran suyos y los puntos de los otros. Y Damián empezó a marcar distancias.

El jefe viéndose que estaba en desventaja en relación al desenvolvimiento de algunas tareas, sobre todo en las que tenía que exponer y hablar en público, empezó a armarse de valor y a exponerse. Echó manos de Silverio, para asignar en él la responsabilidad de preparar sus discursos. El estilo era distinto y muy titubeante. Le faltaba la certeza que da el dominio de los temas. Muchas de las veces parecía contradecir todo lo que había dicho en oportunidades anteriores. Eso empezó a generar alguna incomodidad, porque había algunos de entre los súbditos que dominaban los temas en cuestión tratados por el jefe, en el que empezaban a ver puntos contradictorios con las veces anteriores. Algunos empezaron a pensar que algo no andaba del todo bien. 

-- ¡Cómo ha cambiado el estilo de los discursos! – había comentado en una ocasión Jesús, un empleado muy crítico y muy agudo de pensamiento. Y era que endos ocasiones Silverio le había redactado y elaborado al jefe sus intervenciones, pero el jefe sentía que se hallaba como en una especie de terreno fangoso que lo iba absorbiendo. Así como en algunos caminos existen tierras movedizas y el que cae en sus fauces, a medida que se mueve, más se hunde; algo así estaba experimentado el jefe con los subsidios intelectuales que le estaba aportando Silverio. Entonces, el jefe había acudido a la ayuda de Mateo, quien comenzó de manera muy acertada a ser buen apoyo. Mateo era un hombre bastante preparado y de mucha experiencia. Y las cosas empezaron a estabilizarse un poco para el jefe.

Damián empezaba a mirar todo con algún recelo, desde entonces.


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